Page 96 - Doña Bárbara
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el Llano una copla que ya lo tiene dicho y lo expresa mejor, porque la vida es simple y desprovista de novedades, y
porque los espíritus son propensos a las formas pintorescas de la imaginación.
Después de bañar los caballos y acomodarlos donde hubiera buen pasto, volvían al patio, donde ya estaba prendido
el fogón y la ternera en los asadores, exhalando su apetitoso olor. En la cocina se proveían de un poco de «ají de leche»,
unos topochos y unas yucas sancochadas, y con esto y con la carne asada, de pie o acuclillados en torno al fogón,
saciaban el hambre de sus estómagos sobrios, después de no haber probado durante todo el día sino la taza de café de la
madrugada.
Y entre un bocado y otro, episodios de la faena, malicias y fanfarronadas, el dicho hiriente de la broma cordial y la
respuesta pronta y aguda, el pasaje de la pintoresca vida del vaquero y del encaminador, del hombre de los rudos
trabajos y las marchas pacientes, con la copla en los labios.
Luego, mientras allá en torno a los corrales rondan por turnos los veladores, cantando y silbando continuamente
porque todavía el ganado está inquieto, venteando la sabana libre, y un barajuste repentino puede llevarse las palizadas,
aquí, bajo los caneyes, la otra velada bulliciosa: el cuatro y las maracas, el corrido y la décima. La poesía naciendo.
Generalmente son Pajarote y María Nieves, éste con el cuatro, y aquél con las maracas, quienes improvisan
alternativamente:
Cuando Cristo vino al mundo
fue en un caballo alazano.
Iba perdiendo la vida
por coger un orejano.
Cuando Cristo vino al mundo
fue por el mes de agosto.
¡Cómo se pondría ese Cristo
de manirito y jojoto!
Y así, cada cual apoyándose en un verso del otro, y en cada copla la llanura, la musa ingenua y chispeante del
hombre, en contacto con la naturaleza, saltaba, en la agilidad de las réplicas, de lo tierno a lo picaresco, de lo risueño a
lo trágico, sin pausas ni titubeos mientras hubiera cuerdas en el cuatro y capachos en las maracas, pues si el ingenio se
agotaba o no venía pronto la ocurrencia, para salir del apuro se echaba mano de Florentino. Florentino el araucano, el
gran cantador llanero que todo lo dijo en coplas, y a quien ni el mismo diablo pudo ganarle la apuesta de a cuál
improvisaba más, que una noche vino a hacerle disfrazado de cristiano, porque aquél, cuando ya no le alcanzaba la voz,
sobrándole todavía el ingenio, y faltando poco para que loa gallos comenzasen a menudear, le nombró en una copla las
Tres Divinas Personas y lo hizo volverse a sus infiernos de cabeza con maracas y todo.
Y los cuentos de Pajarote.
–Candela fea la que vi una noche navegando por el Meta. Asina, sobre un ribazo, miramos de pronto unas luces, y
creyendo que eran casas, nos acercamos a la orilla a ver si se encontraba algo que comer, porque se nos había acabado
el bastimento, y el hambre nos llevaba trozados. El ribazo era un médano, y las luces, ¿qué creen ustedes que eran? Un
solo rollo como de mil culebras –¡Ave María Purísima!– que se estaban restregando unas contra otras en el arenal. Era
ansina como cuando se frota un fósforo entre los dedos.
–No sea ponderativo, vale –dícele María Nieves.
–¡Ah, caramba! ¡Es que usted no ha visto nada, indio! Métase por esos ríos para que vea cosas raras. Eso es lo
mismo que el pasaje que les he contado otras veces, de cuando estuve trabajando en la pesca de la tortuga en el Orinoco.
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