Page 101 - Doña Bárbara
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–¡Se lo dije! ¡Se lo dije todo! Ya por mí no será. A tiempo que Genoveva le pregunta:
–¿Y ahora, Marisela?
–¿Ahora qué? –inquiere, como si no entendiera, y, en seguida–: ¡Pero, chica! ¿Qué iba a hacer yo? Ponte en mi caso:
todo el día he estado con la ilusión de este baile, pensando: hoy me dice. Además, ya te repito: se me escapó sin
quererlo. Tú misma tienes la culpa, pues cada vez que nos encontramos me preguntabas: «¿Todavía no te ha dicho?» Y,
últimamente, tú lo que estás es celosa.
–No, Marisela. Es que estoy pensando en ti.
–¿Con esa cara tan preocupada, cuando yo estoy tan contenta?
Pajarote, que venía en busca de Genoveva, porque ya habían comenzado a tocar la pieza que bailaría con ella,
interrumpió la confidencia.
Marisela se quedó junto al palenque esperando a que también viniesen a invitarla; pero como no venían, las palabras
de Genoveva aprovecharon la ocasión.
–¿Y ahora, Marisela? ¿Crees que todo puede seguir como venía, después de lo que ha sucedido? ¿Te imaginas que
has resuelto la situación con haberte lanzado a decir lo que no se atrevían a declararte? ¿No ves que, por el contrario, la
has complicado? ¿Con qué cara te le presentarás mañana a Santos si esta noche misma no se te acerca él a confesarte
que te ama?
«Y no viene. No vendrá en toda la noche. ¡Qué chasco te has llevado! Y todo por no saber disimular lo que sientes.
Imagínate lo que habrá pensado de ti. Él que es tan.. , ¡antipático!»
–Ya sé que lo soy. Ya me lo has dicho otra vez.
–¡Ah! ¿Estaba usted ahí?
–Sí. Aquí estoy. ¿No me ves?
–¿Por qué viene en punta de pie a oír lo que una esté pensando?
–Ni he venido así, ni tampoco tengo el don de oír lo que los demás piensen. Ahora, cuando se piensa en alta voz, se
corre el riesgo de que los demás se enteren.
–Yo no he dicho nada.
–Pues entonces, yo tampoco he oído.
Pausa. Pero ¿hasta cuándo irá a estar callado? ¿No parecía tímido? ¿Será necesario sacarle las palabras?
–Bueno.
–¿Qué?
–Nada.
–Pues nada –y se sonríe.
–¿De qué se ríe?
–De nada –y sigue riendo.
–¡Guá! Será loco, pues.
–Dicen que las lunas llaneras perturban el juicio.
–Allá usted. Yo el mío lo tengo muy sano.
–Sin embargo, eso de enamorarse de Pajarote, así sin reflexionar, no deja de ser una locura. Bien está Pajarote para
lo que es; mas para novio tuyo...
–¡Guá! ¿Y por qué no, pues? ¿No era yo un bicho del monte cuando usted me recogió? «Pa quien es su pae, buena
está su mae», como dice el dicho.
–Ya sabía yo que esta noche sería de guás y de refranes vulgares; pero se te descubre a la legua que lo haces de
propósito. De modo que, si quieres engañarme, inventa algo más ingenioso.
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