Page 52 - Doña Bárbara
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               –¿Quiere decir que va a aceptar ese lindero? ¿Va a quedarse con los pleitos que tan malamente le ha ganado doña
            Bárbara?
               –Son hechos consumados que tienen ya autoridad de cosa juzgada. De muchas, si no de todas esas decisiones de los

            tribunales, se habría podido apelar con éxito; pero no me supe ocupar de mis intereses... Además, tierras todavía hay
            bastantes, a pesar de todo. Hacienda es lo que no veo. Apenas una que otra mancha de ganado.
               –Hacienda tampoco falta –replicó Antonio–. Lo que sucede es que se ha alzado casi toda. Son muchas las
            cimarroneras que hay en Altamira, como ya le he dicho, porque nosotros, los poquitos amigos suyos que hemos
            quedado por aquí, en vez de procurar que se acabaran las hemos fomentado. Era la única manera de salvarle el ganado:
            dejarlo que se alzara todo. Aquí lo que hacía falta era amo, y ahora lo que se necesita es gente para trabajar.
               –Efectivamente, veo que Altamira se ha convertido en un verdadero desierto. Antes, por dondequiera había casas.

               –A los poquitos colonos que quedaban los mandó desocupar don Balbino al encargarse de la mayordomía, para que,
            no habiendo en los linderos gente luzardera que vigilara, los vecinos se pudieran meter a la hora y punto que les diera
            gana y arrear por delante todo el mautaje con que se tropezaran.
               –¿De modo que el enemigo no era solamente doña Bárbara?
               –Ella ha hecho con lo de usted todo lo que le ha pedido el cuerpo, como dicen; pero los otros también han

            manoteado a su gusto. Así, por ejemplo, han acabado con los bebederos de Altamira y los han puesto donde mejor les
            ha parecido, de modo que el ganado de acá vaya por sus propios pasos a caer en manos de ellos, porque en cada
            bebedero de éstos encuentra usted al mediodía cuatro o cinco peones del hato respectivo cazando a lazo el ganado
            luzardero. Eche la vista para allá. ¿Aguaita aquella mancha de hacienda? Todo ese animalaje va buscando los bebederos
            del Bramador en tierras que fueron de aquí y hoy pertenecen a El Miedo, y orejano que pise la orilla del caño ya se
            puede contar como perdido. Los mismos peones de doña Bárbara han picado el ganado en esa dirección hasta
            acostumbrarlo, sin que nosotros hayamos podido impedírselo. Y si es el musiú del lambedero de La Barquereña, ¡no se
            diga! El mister Danger de quien le hablé esta mañana. Ése le ha cogido todos los tiros al llanero bellaco, y res que pase

            el boquerón de Corozalito no regresa más para acá. Yo creo que lo primero que hay que hacer es volver a poner los
            tapices en los bebederos de antes y acostumbrar el ganado a que no busque los del vecino, y echar otra vez la palizada
            que hasta en tiempos de su padre de usted tapaba el boquerón de Corozalito, para impedir que el ganado pase a
            arrochelarse en los lambederos de La Barquereña. Si usted quiere, hoy mismo se puede proceder a abrir los hoyos para
            la posteadura.

               –No hay que precipitarse. Antes necesito estudiar las escrituras de Altamira para determinar el lindero y consultar la
            Ley del Llano.
               –¿La Ley del Llano? –replicó Antonio socarronamente–. ¿Sabe usted cómo se la mienta por aquí? Ley de doña
            Bárbara. Porque dicen que ella pagó para que se la hicieran a la medida.
               –No tendría nada de extraño, según andan las cosas por aquí –dijo Santos–. Pero mientras sea ley, hay que atenerse a
            ella. Ya se procurará reformarla.
               Aquella tarde, previo el estudio de los títulos de propiedad de Altamira y de la Ley del Llano, Santos envió aviso por

            escrito a doña Bárbara y a mister Danger de que había resuelto cercar el hato, a fin de que procediesen en el término
            legal a sacar los respectivos ganados que pastasen en sabanas altamireñas, pidiéndoles, al mismo tiempo, permiso para
            retirar los suyos de las de El Miedo y del Lambedero.
               El mismo Antonio llevó las cartas y por el camino se hizo estas reflexiones:
               –A doña Bárbara como que le robaron sus reales. Esto de la cerca, que está en su ley, no me gusta mucho; pero
            menos le va a gustar a ella. Algún día tenía que venir quien le metiera los bichos en el corral.

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