Page 82 - Doña Bárbara
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D Do oñ ña a B Bá ár rb ba ar ra a: :: : V V. . L La as s m mu ud da an nz za as s d de e d do oñ ña a B Bá ár rb ba ar ra a R Ró óm mu ul lo o G Ga al ll le eg go os s
–Llanero es llanero hasta la quinta generación.
Entretanto, doña Bárbara se acercaba, con la sonrisa en el rostro y diciendo:
–¡Ah, llanero bellaco que es usted! Y que se le habían olvidado las costumbres de su tierra.
Al hablar así, ni recordaba el desastre sufrido pocos momentos antes, ni tenía presente que ella también sabía, y
mucho mejor que Luzardo, enlazar un toro y castrarlo en plena sabana. Era solamente una mujer que le había visto
ejecutar una proeza a un hombre interesante.
–Esto no lo he hecho yo solo; por lo tanto, no tiene mérito –replicó Santos–. En cambio, usted, según ya he oído
decir, tumba como el más hábil de sus vaqueros.
Fue brutal la réplica y, sin embargo, doña Bárbara la oyó sonriente.
–Ya veo que le han hablado de mí. ¿Cuántas cosas le habrán dicho? Yo también podría contarle otras, que tal vez no
le habrán referido y que no dejan de tener interés. Pero ya habrá tiempo, ¿verdad?
–Tiempo no faltará, seguramente –repuso Luzardo, en un tono que la hiciera comprender el poco gusto que ponía en
hablarle.
Sin embargo, doña Bárbara no lo interpretó así y se dijo:
–Ya éste también cayó en el rodeo.
Pero Luzardo, aplicando espuelas para reunirse a sus peones, que ya se alejaban, después de haber amarrado el
orejano al pie de uno de los árboles de la mata, la dejó plantada otra vez en medio de la sabana.
Permaneció un buen rato en el sitio, viendo alejarse al hombre esquivo, con la ilusionada sonrisa de triunfo en el
rostro, y murmurando:
–Déjalo que se vaya. Ya éste lleva la soga a rastras.
Más allá, humillada la testuz contra el pie del árbol, el toro mutilado bramaba sordamente.
Doña Bárbara sonrió de otra manera.
V V. . L LA AS S M MU UD DA AN NZ ZA AS S D DE E D DO OÑ ÑA A B BÁ ÁR RB BA AR RA A
Las singulares transformaciones que desde aquel día comenzaron a operarse en doña Bárbara provocaban entre la
peonada de El Miedo comentarios socarrones:
–¡Ah, compañero! ¿Qué le estará pasando a la señora que ya no llega por aquí como antes, cuando se le revolvían
las sangres del blanco y de la india, esponjada y gritona como una chenchena? Ni tampoco viene a tocar la bandurria y a
contrapuntearse con nosotros, como le gustaba hacerlo cuando estaba de buenas. Ahora se la pasa metida en los corotos,
hecha una verdadera señora, y hasta con el mismo don Balbino, si te he visto, no me acuerdo.
–¡Ah, caramba, compañero! ¿No sabe usted que a conforme es el pez, asina tiene que ser el guaral? Éste de ahora no
es de los que andan en ribazones y caen de un tarrayazo zumbado de cualquier modo. Hay que trabajarlo fino de guaral,
para que muerda la carnada.
Pero pasaban los días, y Luzardo no aparecía por todo aquello.
–¡Ah, compañero! Ya ese pez como que no ajila. Ni el aguaje se le ve por todo esto.
–Ése como que es de los que no se emborrachan ni que les embarbasquen el agua –respondía el interpelado,
aludiendo al bebedizo embrujador que doña Bárbara les daba a los hombres que enamoraba, para destruirles la voluntad.
No faltó tampoco la alusión de las misteriosas veladas del cuarto de las brujerías:
–Y eso que «el Socio» no ha tenido descanso en todas estas noches. Hasta tarde lo han entretenido fuera de sus
infiernos. Cualquier noche de éstas lo coge el camino el menudeo de los gallos.
–¿Será que del lado de allá tienen la contra?
–O que del lado de acá se están acabando los poderes, a fuerza de tanto usarlos.
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