Page 78 - Doña Bárbara
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–¿Es que tiene desconfianza de nosotros? –insistió Paiba, protestando contra el procedimiento que frustraba loa
planes de doña Bárbara, pues, controlados por los de Altamira, los vaqueros de El Miedo no podrían manejarse
conforme a las instrucciones recibidas.
Pero antes de que Luzardo respondiese a la altanera interrogación, intervino doña Bárbara:
–Se hará como usted disponga, doctor. Y si le parece que sobra gente de la mía, puedo hacerla retirarse en seguida.
–No es necesario, señora –repuso Santos secamente.
Sorprendidos por aquella ocurrencia intempestiva, los de El Miedo se miraron entre sí, unos con visible disgusto y
otros con expresión maliciosa, según el grado de adhesión a doña Bárbara, a tiempo que Balbino Paiba se daba las
características manotadas a los bigotes, y, en el bando contrario, Pajarote, aparentemente distraído, canturreaba entre
dientes los dos primeros versos de la maliciosa copla:
El toro pita a la vaca,
y el novillo ge retira...
Con lo cual expresaba el pensamiento que a todos se les había ocurrido:
–Ya la mujer se enamoró del doctor. Ya Balbino puede ir despidiéndose de sus comederos.
Entretanto, Luzardo había dicho:
–Encárgate tú, Antonio, de dirigir la operación.
Y éste, asumiendo el carácter de caporal de sabana, comenzó a dictar sus órdenes:
–Salga de allá el del caballo marmoleado, con cinco compañeros más para Carmelito y Pajarote, a picar por detrás
de aquel jarizal. Todo el ganado que se majadea por ahí corre para arriba, y así hay que levantarlo. Es con usted, amigo.
Dirigíase al Mondragón, apodado Onza. Lo dejaba en libertad de acompañarse con sus hermanos; pero los obligaba
a entendérselas con Carmelito y Pajarote, que eran tan hombrones como ellos.
–Tengo mi apelativo –replicó, amoscado y sin moverse a cumplir la orden que le daban, y entonces fueron los
altamireños quienes se cruzaron miradas de alerta, como diciéndose:
–Ya va a reventar la cosa.
Pero volvió a intervenir doña Bárbara:
–Haga lo que le dicen, y si no, retírese.
Obedeció el Mondragón, aunque sin dejar de refunfuñar, y después de haber escogido como compañeros a sus dos
hermanos, dijo:
–Hay dos puestos más para los que quieran venirse.
A tiempo que Carmelito y Pajarote se cruzaban una mirada rápida, que el segundo acompañó con esta frase entre
dientes:
–Ahora vamos a ver si son braguetas o pretinas.
Antonio siguió distribuyendo los vaqueros en grupos, que partieron en distintas direcciones, y luego invitó a
Balbino:
–Si usted quiere venirse conmigo...
Con esto le guardaba las consideraciones de caporal o mayordomo de El Miedo, par suyo en todo caso; pero a la vez
se procuraba a sí mismo una oportunidad análoga a la que les deparaba a Carmelito y Pajarote, pues entre él y Balbino
se habían quedado pendientes las altaneras palabras del segundo la mañana de la doma del alazán.
Pero Balbino rechazó la invitación, diciendo socarronamente:
–Gracias, don Antonio. Yo me quedo por aquí con el blancaje.
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