Page 122 - Huasipungo - Jorge Icaza
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trevido  a  moverse,  paL"ecen  cadáveres  de  J23
             pie.  El  José  Taxi,  el  Melchor  Achig,  el
             Leonardo  Taco,  y  el  mismo  Cabascango
             no  daban  crédito  a  los  ojos.
               -¡ N o!- exclamó  alguien.
               -¿Por  qué?-- contestó  otro.
               -Quí  mal  cometiendo ...
               Volvió  el  grito  de  la  venganza  a  enroscarse  en
             el. temor  de  los  campesinos.  Todo  lo  que  consti-
             tuía  su  fortuna  había  sido  arrasado :  los  ponchos
             viejos  del  jergón,  las  ollas  y  el  pondo  de  barro
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             cocido,  el  montón  de  boñigas  y  cutules  secos  que
             mantenían  el.  fuego  y  abrigaban  el  cansancio  de
             las seis- con humaredas  asfixiantes  a  los  indios  que
             se  tumbaban  a  su  lado  después  de  doce  horas  de
             labranza,  los  cuyes,  las  gallinas,  las  vaquitas,  los
             sembrados,  los  guaguas  y  los  piojos  perezosos  que
             se  quedaron  durmiendo  en  el  jergón.
               Tan  hondo  se· les  clavó  el  dolor  que  produjo
             reacción  en  aquel  grupo  de  hombres  con  ponchos
             alicaídos.  Tiembla  1<~  furia  sin  saber  dónde  estre-
             llarse.  Un  despecho  así  es  muy  grande  para  que-
             dar  preso  en  la  cárcel  del  subconsciente.  Hay  un
             ¡revuelo, de  ponchos  como  si  la  venganza  se  pre-
             par.ara  ·a  volar,  a  clavarse  en  alguien ...  ¡El  Ca-
             ·uascango!  Sí,  él  tiene  la  culpa  por  haber  provoca•
             do  la  cólera  de  la  Corte  Celestial.  Dios  ha  sabido
             H    u   A   S       p    u   N   G    o







                     Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"
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