Page 13 - Lucado. Max - Como Jesús_Neat
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Mamá y papá habían dicho muy claramente en nuestro acuerdo prenupcial que yo iba a cuidar a
            Liz, y acepté muy contento. Limpiaba su diminuto plato y abría una lata de comida para perros. El

            mismo instante en que ella lamía el agua, volvía a rellenar el plato de agua. Mantenía su pelambre

            bien peinado y su cola meneando.

                A los pocos días, mis sentimientos cambiaron un poco. Liz era todavía mi perra, y yo todavía era
            su amigo, pero ya estaba harto de sus ladridos, y ella parecía estar siempre con mucha hambre.

            Más de una vez mis padres tuvieron que recordarme: «Cuídala. Es tu perra».

                No me gustaba oír esas palabras: tu perra . No me hubiera importado oír: «la perra con la que

            juegas», o «tu perra cuando la quieres», o incluso: «tu perra cuando se porta bien». Pero esas no
            eran las palabras de mis padres. Decían: «Liz es tu perra ». Punto y aparte. En salud y enfermedad.

            En pobreza y en riqueza. Cuando estaba limpia y cuando hacía de las suyas.

                Entonces me vino la idea: Estoy clavado con Liz . El cortejo se había acabado, al igual que la

            luna de miel. Estábamos metidos mutuamente en el mismo bozal. Liz pasó de ser una opción a ser

            una obligación, de ser una mascota a ser un quehacer, de alguien con quien jugar a alguien a quien
            cuidar.

                Tal vez usted puede entenderlo. Lo más probable es que conozca la claustrofobia que viene con

            el compromiso. Solo que en lugar de que se le recuerde: «Es tu perra», lo que le dicen es: «Es tu
            esposo», o «es tu esposa», o «es tu hijo, padre, empleado, jefe o compañero de habitación», o

            cualquier otra relación que requiere lealtad para sobrevivir.

                Tal  permanencia  puede  conducir  al  pánico;  por  lo  menos  así  ocurrió  conmigo.  Tuve  que

            contestar algunas preguntas duras. ¿Puedo tolerar la misma cara con nariz chata, peluda y con

            hambre  todas  las  mañanas?  (Ustedes,  esposas,  ¿saben  a  qué  me  refiero?)  ¿Me  va  a  seguir
            ladrando hasta que me muera? (¿Algún hijo o hija entiende esto?) ¿Aprenderá ella alguna vez a

            limpiar su propio desorden? (¿Oigo un «amén» de algunos padres?)




















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