Page 25 - Lucado. Max - Como Jesús_Neat
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Con la infusión de la felicidad de ellos salí de detrás del árbol, enderecé mi espalda, respiré
profundamente … y entonces me vieron. Antes de que pudiera retirarme me vieron. Gritaron.
Salieron al escape. Una , sin embargo, se quedó. Una se detuvo y me miró. No lo sé, ni podría
decirlo con certeza, pero pienso, en realidad pienso, que era mi hija. No lo sé; no podría asegurarlo;
pero pienso que ella buscaba a su padre.
Esa mirada me hizo dar el paso que di hoy. Por supuesto que fue temerario. Por supuesto que
fue un riesgo. Pero ¿qué podía perder? Se llama a sí mismo el Hijo de Dios. O bien escuchaba mi
queja y me mataba, o aceptaba mi demanda y me sanaba. Eso era lo que yo pensaba. Me acerqué
a Él desafiándolo. No me impulsaba la fe sino una ira desesperada. Dios había hecho una
calamidad en mi cuerpo, y o bien tendría que restaurarlo o acabarlo.
Pero entonces le vi, y cuando le vi cambié. Debes recordar que soy un agricultor, no poeta, así
que no puedo hallar palabras para describir lo que vi. Todo lo que puedo decir es que las mañanas
de Judea algunas veces son tan frescas y la salida del sol tan gloriosa que mirarla es olvidar el
calor del día anterior y las heridas del pasado. Cuando miré su cara vi una mañana de Judea.
Antes de que Él hablara, supe que se interesaba. De alguna manera supe que detestaba esta
enfermedad tanto, si acaso no más, que yo. Mi ira se convirtió en confianza, y mi cólera en
esperanza.
Oculto detrás de una piedra le vi descender de la colina. Multitudes le seguían. Esperé hasta
que estuviera a pocos pasos de donde yo estaba, y entonces me presenté.
-¡Maestro!
Se detuvo y me miró, al igual que docenas de otros. Un torrente de temor recorrió la multitud.
Los brazos volaron para cubrir las caras. Los niños se agazaparon detrás de sus padres. «¡
Inmundo!» gritó alguien. De nuevo, no los culpo. Yo era una masa maltrecha de muerte. Pero casi
ni los oía. Casi ni los veía. He visto mil veces su pánico. No obstante, la compasión de Él nunca la
había contemplado. Todo el mundo retrocedió, excepto Él. Entonces avanzó hacia mí. Hacia mí.
Cinco años atrás mi esposa se me había acercado. Ella fue la última en hacerlo. Ahora Él lo
hacía. No me moví. Sencillamente le dije:
-Señor: tú puedes limpiarme, si lo quieres.
Si Él me hubiera sanado con una palabra, hubiera quedado más que encantado. Si me hubiera
curado con una oración, me habría regocijado. Pero no quedó satisfecho con hablarme. Se me
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