Page 26 - Lucado. Max - Como Jesús_Neat
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acercó. Me tocó. Cinco años atrás mi esposa me había tocado. Desde entonces nadie me había
            tocado. Hasta hoy.


                -Quiero -sus palabras fueron tiernas como su toque-. Sé limpio.

                La  energía  me  llenó  el  cuerpo  como  el  agua  en  un  campo  arado.  En  un  instante,  en  un
            momento, sentí calor donde había habido insensibilidad. Sentí fuerza donde había habido atrofia.

            Mi espalda se enderezó, y mi cabeza se levantó. Donde yo había estado con un ojo a nivel de su
            cintura, ahora estaba mirándolo al nivel de su cara. Su cara sonriente.


                Me tomó las mejillas con sus manos, y me acercó tanto que pude sentir el calor de su aliento y
            ver la humedad de sus ojos.


                -No lo digas a nadie. Pero ve y muéstrate al sacerdote, y ofrece la ofrenda que Moisés ordenó
            para la gente que es sanada. Esto le mostrará a la gente lo que he hecho.


                Y eso es lo que estoy haciendo. Voy a mostrarme al sacerdote y abrazarlo. Me mostraré a mi
            esposa,  y  la  abrazaré.  Levantaré  a  mi  hija,  y  la  abrazaré.  Nunca  olvidaré  al  que  se  atrevió  a

            tocarme. Podía haberme sanado con una palabra; pero quería hacer más que sanarme. Quería
            darme honor, validarme. Imagínate: indigno de que me toque el hombre, y sin embargo digno del

            toque de Dios.






            EL PODER DEL TOQUE DIVINO




            El toque no sanó la enfermedad, como usted sabe. Mateo es cuidadoso al mencionar que fue el
            pronunciamiento de Cristo y no su toque lo que curó la enfermedad. «Jesús extendió la mano y le

            tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció» ( Mateo 8.3 ).

                La infección desapareció por la palabra de Jesús.

                La soledad, sin embargo, fue tratada por el toque de Jesús.

                Ah, el poder de un toque divino. ¿No lo ha conocido usted? ¿El médico que lo trató, o la maestra

            que secó sus lágrimas? ¿Hubo una mano sosteniendo la suya en el funeral? ¿Otra en su hombro

            durante la prueba? ¿Un apretón de manos dándole la bienvenida a su nuevo trabajo? ¿Una oración
            pastoral por sanidad? ¿No hemos conocido el poder de un toque divino?


                ¿Acaso no podemos ofrecer lo mismo?



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