Page 36 - Lucado. Max - Como Jesús_Neat
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nos quedemos sencillamente quietos y (¡qué pensamiento más pasmoso!) que le dejáramos que
            nos cante.


                Ya lo veo a usted retorciéndose en su asiento. ¿Dice usted que no se preocupa por tal afecto?
            Tampoco Judas, pero Jesús le lavó los pies. Tampoco Pedro, pero Jesús le preparó el desayuno.

            Tampoco los discípulos que iban a Emaús, pero Jesús se dio tiempo para sentarse con ellos a la
            mesa.

                Además,  ¿quiénes  somos  nosotros  para  determinar  si  somos  dignos?  Nuestra  tarea  es

            sencillamente estar quietos lo suficiente como para dejar que Dios se apodere de nosotros y nos

            ame.






            ¿OYE LA MÚSICA?




            Voy a concluir contándole algo que tal vez haya oído antes, aun cuando no lo haya escuchado
            como se lo voy a contar. Lo ha oído, porque usted participa en la historia. Usted es uno de los

            personajes. Es la historia de los bailarines que no tenían música.

                ¿Puede imaginarse lo difícil que sería? ¿Bailar sin música? Día tras día llegaban a un gran
            salón en la esquina de las calles Principal y Ancha. Traían consigo a sus esposas. Traían a sus

            esposos. Traían a sus hijos y sus esperanzas. Venían para danzar.

                El  salón  estaba  preparado  para  el  baile.  Serpentinas  por  todos  lados,  y  tazones  llenos  de

            refrescos.  Las  sillas  estaban  colocadas  contra  las  paredes. La  gente  llegaba  y  tomaba  asiento,

            sabiendo  que  habían  venido  para  bailar  pero  sin  saber  cómo  porque  no  había  música.  Tenían
            globos; tenían tortas. Incluso había un escenario en el cual hubieran podido tocar los músicos, pero

            no había músicos.

                Una vez un tipo larguirucho dijo que era músico. Parecía serlo, con su barba hasta la cintura y

            un lujoso violín. Todos se pusieron de pie el día en que él se levantó frente a ellos, sacó el violín de
            su estuche, y se lo colocó bajo la barbilla. Ahora vamos a bailar , pensaron, pero se equivocaron. El

            hombre tenía un violín, pero sin cuerdas. El movimiento de vaivén del arco producía ruidos como el
            rechinar  de  una  bisagra  sin  aceite.  ¿Quién  puede  bailar  con  ruidos  como  esos?  Así  que  los

            danzantes volvieron a sus asientos.






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