Page 39 - Lucado. Max - Como Jesús_Neat
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sostenía, pero nunca me acompañaba. Por lo menos no pensaba que iría conmigo. Entonces leí 2
            Corintios 6.1 : Nosotros somos «colaboradores suyos».


                ¿Colaboradores? ¿Dios y yo trabajando juntos? Imagínese el cambio de paradigma que esto
            produce. En lugar de presentarle informes a Dios, trabajamos con Dios. En lugar de reportarnos a

            Él y luego salir, nos presentamos a Él y luego le seguimos. Siempre estamos en la presencia de
            Dios. Nunca dejamos la iglesia. ¡Nunca hay un momento que no sea sagrado! Su presencia jamás

            disminuye. Nuestra noción de su presencia puede vacilar, pero la realidad de su presencia jamás
            cambia.


                Esto me lleva a una gran pregunta: Si Dios está perpetuamente presente, ¿es posible disfrutar
            de comunión inacabable con Él? En el capítulo anterior hablamos de la importancia de separar

            tiempo diariamente para pasarlo con Dios. Demos un paso más adelante. Un paso gigantesco. ¿

            Qué tal si nuestra comunión diaria jamás cesa? ¿Sería posible vivir, minuto tras minuto , en la
            presencia de Dios? ¿Es posible tal intimidad? Un hombre que luchó con estas preguntas escribió:




                    ¿Podemos tener contacto con Dios todo el tiempo?  ¿Todo el tiempo que estamos
                    despiertos,  dormirnos  en  sus  brazos,  y  despertarnos  en  su  presencia?  ¿Podemos

                    lograrlo?  ¿Podemos  hacer  su  voluntad  todo  el  tiempo?  ¿Podemos  pensar  sus

                    pensamientos todo el tiempo? … ¿Puedo poner al Señor de nuevo en mi mente cada
                    pocos segundos para que Dios esté siempre en mi mente? Escojo hacer del resto de

                    mi vida un experimento para responder esta pregunta.
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                Estas palabras se hallan en el diario de Frank Laubach. Nació en los Estados Unidos en 1884, y

            fue misionero a los analfabetos, a los que enseñaba a leer para que pudieran conocer la belleza de

            las Escrituras. Lo que me fascina de este hombre, sin embargo, no es su enseñanza. Lo que me
            fascina es su manera de escuchar. Insatisfecho con su vida espiritual, a los cuarenta y cinco años

            Laubach  resolvió  vivir  «en  continua  conversación íntima  con  Dios  y  en perfecta  respuesta  a  su
            voluntad».
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                Anotó en su diario un historial de su experimento, que comenzó el 30 de enero de 1930. Las
            palabras de Laubach me han inspirado tanto que he incluido aquí varios fragmentos. Al leerlas,




            1 Hno. Lawrence y Frank Laubach, Practicing His Presence [La práctica de su presencia], Christian Books,
            Goleta, CA, 1973. Usado por bondadoso permiso del Dr. Robert S. Laubach y Gene Edwards.
            2 Ibid
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