Page 48 - Lucado. Max - Como Jesús_Neat
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Sorprendido, Rather volvió a la carga.
-Pues bien, ¿y qué le dice Dios?
La madre Teresa sonrió.
-Él escucha.
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Entréguele a Dios sus pensamientos en susurro . A través de los siglos los cristianos han
aprendido el valor de las oraciones en frases breves, oraciones que se pueden decir en voz baja en
dondequiera, en cualquier lugar. Laubach buscaba la comunión ininterrumpida con Dios haciéndole
preguntas. Cada dos o tres minutos oraba: «¿Estoy en tu voluntad, Señor? ¿Estoy agradándote,
Señor?»
En el siglo diecinueve un monje ruso anónimo decidió vivir en comunión ininterrumpida con
Dios. En un libro titulado El Sendero del Peregrino cuenta cómo aprendió a tener una oración
constantemente en su mente: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios: ten misericordia de mí, pecador».
Con el tiempo, la oración llegó a internalizarse tanto que constantemente la elevaba, aun cuando
estuviera conscientemente ocupado en alguna otra cosa.
Imagínese lo que sería considerar todo momento como un tiempo potencial de comunión con
Dios. Para cuando su vida termine usted habrá pasado seis meses esperando en los semáforos,
ocho meses abriendo correspondencia chatarra, un año y medio buscando cosas perdidas
(duplique esa cantidad en mi caso), y cinco impresionantes años esperando en alguna fila. ¿Por
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qué no entregarle a Dios esos momentos? Al entregarle a Dios sus pensamientos en susurro, lo
común se vuelve nada común. Frases sencillas tales como: «Gracias, Padre», «sé soberano en
esta hora, Señor», «tú eres mi refugio, Jesús», pueden convertir una hora de viaje en un
peregrinaje. No tiene que salir de su oficina ni arrodillarse en la cocina. Sencillamente ore donde
esté. Deje que la cocina se convierta en una catedral o el aula en una capilla. Entréguele a Dios sus
pensamientos en voz baja.
Finalmente, entréguele a Dios sus pensamientos al ocaso . Al final del día, permita que su
mente se fije en Él. Concluya su día así como lo empezó: hablando con Dios. Agradézcale por las
partes buenas. Pregúntele respecto a las partes duras. Busque su misericordia. Busque su fuerza.
Al cerrar sus ojos, busque seguridad en su promesa: «He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que
6 Ibid , p. 140
7 Charles R. Swindoll, The Finishing Touch [El broche de oro], Word Publishing, Dallas, 1994, p. 292.
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