Page 50 - Lucado. Max - Como Jesús_Neat
P. 50
La gente en un avión y la gente en las bancas de la iglesia tienen mucho en común . Están de viaje.
La mayoría se portan bien y están bien vestidos. Algunos dormitan, y otros miran por las ventanas.
La mayoría, si no todos, están satisfechos con una experiencia predecible. Para muchos, la
característica de un buen vuelo y la característica de un buen culto de adoración son las mismas.
«Bueno», nos gusta decir. «Fue un buen vuelo/culto de adoración». Salimos de la misma manera
como entramos, y estamos contentos de regresar la próxima vez.
Unos pocos, sin embargo, no están contentos con que sea bueno. Anhelan algo más. El niño
que acaba de pasarme, por ejemplo. Le oí antes de alcanzar a verlo. Ya estaba sobre mi asiento
cuando preguntó: «¿De veras me dejarán conocer al piloto?» O bien tenía gran suerte o fue muy
listo porque hizo la petición justo cuando entraba al avión. La pregunta llegó hasta la cabina,
haciendo que el piloto se inclinara para ver.
-¿Alguien me busca? -preguntó.
El niño levantó al instante la mano como respondiendo a la pregunta de la maestra de segundo
grado.
-¡Yo!
-Pues bien, ven.
Con el asentimiento de su mamá, el muchachito entró al mundo de controles y medidores de la
cabina, y pocos minutos más tarde salió con los ojos enormemente abiertos.
-¡Grandioso! -exclamó-. ¡Me alegro de estar en este avión!
La cara de ningún otro pasajero mostraba ese asombro. Debería saberlo. Puse atención. El
interés del niño despertó el mío, así que estudié las expresiones de los demás pasajeros, y no
encontré nada de ese entusiasmo. Vi en su mayoría contentamiento: viajeros contentos de estar en
el avión, contentos de estar cerca a su destino, contentos de estar fuera del aeropuerto, contentos
de quedarse sentados y hablar poco.
Había unas pocas excepciones. Más o menos cinco mujeres de edad mediana, que llevaban
sombreros de paja y tenían bolsas de playa no estaban contentas; estaban exuberantes. Se reían
mientras avanzaban por el pasillo. Apuesto a que eran madres que habían conseguido la libertad
de la cocina y de los hijos por unos pocos días. El hombre de traje azul sentado al otro lado del
pasillo no estaba contento; estaba malhumorado. Abrió su computador y le gruñó a la pantalla
durante todo el viaje. La mayoría de nosotros, no obstante, estábamos más contentos que aquel
50