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Al  hacerlo  así  descubrirá  el  propósito  de  la  adoración:  cambiar  la  cara  del  adorador.  Eso  es
            exactamente  lo  que  le  ocurrió  a  Cristo  en  el  monte.  La  apariencia  de  Jesús  se  transformó:

            «Resplandeció su rostro como el sol» ( Mateo 17.2 ).

                La conexión entre la cara y la adoración es más que coincidencia. Nuestra cara es la parte más

            pública  de  nuestros  cuerpos,  y  menos  cubierta  que  otras  áreas.  Es  también  la  parte  más
            reconocible de nuestros cuerpos. No llenamos los álbumes escolares con fotografías de los pies de

            las  personas,  sino  con  retratos  de  sus  caras.  Dios  desea  tomar  nuestras  caras,  estas  partes
            expuestas y memorables de nuestros cuerpos, y usarlas para reflejar su bondad. Pablo escribe:

            «Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor,

            somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor» ( 2
            Corintios 3.18 ).


                Dios nos invita a ver su cara para poder cambiar la nuestra. Usa nuestras caras descubiertas
            para exhibir su gloria. La transformación no es fácil. El escultor que trabajó en el Monte Rushmore
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            enfrentó un desafío menor que el de Dios. Pero nuestro Señor está bien a la altura de la tarea. Le

            encanta  cambiar  la  cara  de  sus  hijos.  Sus  dedos  hacen  desaparecer  las  arrugas  de  la
            preocupación. Las sombras de vergüenza y duda se convierten en retratos de gracia y confianza.

            Dios afloja las mandíbulas apretadas y suaviza las frentes fruncidas. Su toque puede quitar las
            bolsas de cansancio de debajo de los ojos y convertir las lágrimas de desesperación en lágrimas de

            paz.

                ¿Cómo? Por medio de la adoración.

                Esperaríamos algo más complicado, más exigente. Tal vez una demanda de memorizar Levítico

            en cuarenta días. No. El plan de Dios es más sencillo. Él nos cambia la cara mediante la adoración.

                ¿Qué es exactamente la adoración? Me gusta la definición que da el rey David: «Engrandeced

            a  Jehová  conmigo,  y exaltemos a  una  su  nombre»  ( Salmo  34.3 ).  La  adoración  es el acto  de

            magnificar a Dios, de engrandecer nuestra visión de Él. Es entrar en la cabina para ver cómo se
            sienta y observar como trabaja. Por supuesto, su tamaño no cambia, pero sí nuestra percepción de

            Él. Conforme más nos acercamos, más grande parece. ¿No es eso lo que necesitamos? ¿Una
            noción  grande  de  Dios?  ¿No  tenemos  grandes  problemas,  grandes  preocupaciones,  grandes

            preguntas? Por supuesto. Por consiguiente, necesitamos una noción grande de Dios.





            2 Monte de los Estados Unidos al SO de Rapid City (Dakota del Sur), en el que, sobre una pared de granito, se
            esculpieron los rostros de los presidentes Washington, Jefferson, Lincoln y T. Roosevelt. (Nota del editor.)
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