Page 57 - Lucado. Max - Como Jesús_Neat
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El juego de golf estaba empatado y faltaban cuatro hoyos por jugar . Estando en el punto de partida
            eché un vistazo para ver el siguiente.


                -Se ve muy lejos -comenté. Nadie contestó.

                -Por cierto que se trata de una pista muy angosta -dije mientras preparaba la pelota. Ninguna
            respuesta.


                -¿Cómo se supone que uno debe elevar la pelota por sobre esos árboles? -Igualmente, ni una
            respuesta.

                El silencio no me molestaba. Años de implacable competencia entre colegas ministros en las

            canchas municipales me han enseñado a precaverme de sus trucos. Sabía exactamente lo que

            estaban haciendo. Intimidados por mi impresionante serie de golpes dobles, resolvieron darme el
            tratamiento del hielo (después de todo, estábamos apostando una bebida gaseosa). Así que me

            preparé y golpeé la pelota. No hay otra manera de describir lo que ocurrió: fue un golpe maestro .

            Un gran arco que elevó la pelota por sobre la copa de los  árboles a mi izquierda. Pude oír los
            rezongos de los demás. Di por sentado que sentían celos. Después de observar sus golpes, sabía

            que lo estaban. Ninguno de ellos se acercó siquiera a los árboles. En lugar de lanzar la pelota hacia
            la izquierda, todos lo hicieron a la derecha y acabaron a kilómetros del agujero. Allí es cuando debí

            haber sospechado algo, pero ni me lo imaginé.

                Se  dirigieron  por su  lado de  la  pista,  y  yo por el mío.  Pero  en  lugar de encontrar  mi pelota

            descansando sobre la hierba, la encontré oculta entre las hierbas y piedras, y rodeada de árboles.
            «Este es un hoyo difícil», me dije. Sin embargo, estaba a la altura. Estudié el tiro y seleccioné la

            estrategia;  tomé  un  palo  y,  perdóneme  por  decirlo  de  nuevo,  fue  un gran golpe  .  Usted  habría

            pensado  que  mi  pelota  estaba  controlada  por  radar,  dirigiéndose  hacia  el  área  verde  como  un
            conejo corriendo a la cena. Solo la inclinación de la ladera le impidió rodar sobre la superficie lisa.


                En los torneos televisados había aprendido cómo actuar en esos momentos. Me detuve inmóvil
            por unos segundos, para que los fotógrafos me retrataran, y entonces hice girar mi palo. Con una

            mano saludé a la multitud, y con la otra le di el palo a mi ayudante. Por supuesto, en mi caso no
            había ni fotógrafos ni ayudante, ni tampoco muchedumbre. Ni siquiera mis compañeros me estaban

            mirando. Ellos se encontraban al otro lado de la pista, mirando en otra dirección. Medio molesto
            porque no habían notado mi pericia, me eché a los hombros los palos y empecé a dirigirme hacia el

            hoyo.






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