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la unidad de salud del pueblo. Ambos con- mayor, un joven tímido, moreno, con sobresa-
struyeron una hermosa residencia sin tocar lientes camanances, bajito y con sus camisas
las estructuras originales. Posteriormente deportivas que dejaban ver su musculatura.
vinieron los hijos: Tití, Jorge, un joven muy Era un enamorado del pueblo y de su gente. Era
apartado, y Eduardo, quien llegó a entablar común encontrárselo por las orillas del pueblo
amistad con otros jóvenes del pueblo conversando con personas humildes, de algún
Estela de Ramos todavía a sus 52 años, era modo esto lo volvía en su misma familia un ser
una mujer elegante, delgada con unos hermo- aislado y solitario.
sos ojos verdes y una casa que brillaba con sus En los años setenta la señora Estela de Ramos
muebles finísimos de madera de cedro dis- dejó Armenia. Vendió la finca a don Benjamín
tribuidos en la sala y el comedor. Le obsesion- Rodríguez, oriundo de Santa Ana y emparen-
aba la limpieza, orden y presentación. Siempre tado con una familia conocida en el pueblo
andaba por toda la casa con las llaves. El cuarto como los “Macachiche”. También se deshizo de
de su hija Titi, lo habían confeccionados ver- su parte del portal y se lo cedió al farmacéutico
daderos artesanos de la carpintería traídos de Dr. José Napoleón Lazo (1962). Habían pasado
Santa tecla. sesenta años desde que don Juan pusiera los
En el pueblo nunca cultivó una amistad. primeros pilares y el techo del portal.
Tenía fama de vanidosa. La única excepción Jorge hijo, emplazó su oficina por el parque
fue la familia de Víctor Mathus, un especialista Bolívar y la calle Arce; pero no se olvidaba del
en máquinas de Ingenio de Azúcar. Era muy pueblo, acompañado de Oscar Moran y mane-
selectiva, los domingos abordaba su carro e iba jando su Wolwagen se le veía por las noches
a misa a Santa Tecla, nunca la vieron poner un paseando por el centro de la ciudad o plati-
pie en la iglesia del pueblo. Con sus hijos era cando con algún amigo en el parque. En esos
sumamente celosa. viajes también lo acompañaban Margarita
Marina Lazo, quien vive en la casa del por- Llort y su amigo inseparable, René “Viejita”.
tal de Estela, la conoció cuando aceptó ser su De repente no se supo nada de él, hasta que
madrina. Con respecto al modo de ser de su llegó la noticia: se había disparado con su pro-
protectora, reconoce que no le gustaba hablar pia arma en la sien. De Eduardo, solo se supo
mucho. “Porque en el mundo –subraya- hab- que se fue para New Orleans.
remos personas menos abiertas y para otras es Ahora, vale la pena detenernos de nuevo en
un placer platicar bastante. Ella conversaba el tercer portal. Parte de la esquina, frente al
mucho conmigo. Sí, reconozco que era un poco mercado, ya la ocupaba el español Maimó. El
introvertida en los temas familiares”, asevera. establecimiento tenía una grada en la entrada
Por su condición económica, al menos eso y las paredes eran forradas de lámina, vendía al
aseguran quienes la conocieron, Estela era una por mayor cemento y madera. Por esa época ya
señora “estirada”, a grado tal que no permitía tenía entre sus empleados a Humberto Anaya
que sus hijos se relacionaran con la gente del y Antonio Portillo. Dos figuras que al pasar el
pueblo. Desde muy pequeños estudiaron en tiempo se convertirían en personajes impor-
el Colegio Santa Teresita y luego los envió a tantes en la ciudad de Armenia.
la capital. Contiguo a Maimó, el resto del sitio cubi-
Quien más resintió esa actitud fue la Titi, que erto y sostenido por columnas lo llenaba la
cursó sus estudios en el Colegio La Asunción. tienda de la señorita Luisa Funes. Una mujer
Cuando llegaba de vacaciones, era usual verla de tez blanca y bastante rellenita; religiosa y
contemplar a la gente desde las persianas de con mucho dinero. Cuando los clientes ingre-
su casa, ligeramente se apreciaba la mitad de saban a su negocio se encontraban con ollas
su cara, nunca fue a una fiesta, ni se relacionó de barro, jarcia y granos. Todas las mañanas
con nadie. acostumbraba sacar una mecedora al portal.
Quien sí contrariaba a su madre era Jorge, el Luego extendía un petate y sobre esa superficie
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