Page 156 - Cementerio de animales
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la bata, a armar los cachivaches. Él no recordaba haber pasado en toda su vida una
           velada más agradable. Había fuego en la chimenea y, de vez en cuando, uno de los
           dos se levantaba y echaba un tronco de abedul.

               "Winston  Churchill"  pasó  rozando  a  Louis  una  vez,  y  él  lo  apartó  con  una
           sensación  de  repugnancia  casi  instintiva…  Aquel  olor.  Luego,  vio  que  el  animal
           trataba  de  echarse  al  lado  de  Rachel,  pero  ella  lo  ahuyentó  con  un  «¡Fuera!»

           impaciente. Un momento después, Louis observó que su mujer se pasaba la palma de
           la mano por el muslo con el ademán del que cree haber tocado algo sucio o infecto.
           Él habría jurado que lo hacía maquinalmente.

               Church se fue hacia la chimenea y se dejó caer pesadamente delante del fuego. El
           gato había perdido toda su elegancia de movimientos: la perdió una noche de la que
           Louis prefería no acordarse. Y perdió algo más. Louis sabía que le faltaba algo, pero

           tardó casi un mes en advertir lo que era. El gato ya no ronroneaba; él, que parecía un
           motor, especialmente cuando dormía. Había algunas noches en las que Louis tenía

           que levantarse a cerrar la puerta de la habitación de Ellie, para poder dormir.
               Pero ahora el gato dormía en silencio. Como un muerto.
               Aunque hubo una excepción. Fue la noche en que Louis despertó en el sofá-cama
           con el gato enroscado encima del pecho, como una manta pestilente… Aquella noche

           Church ronroneaba o, por lo menos, hacía ruido.
               Pero,  tal  como  suponía  Jud  Crandall,  no  todo  fueron  inconvenientes.  Louis

           descubrió que una de las ventanas del sótano, la que quedaba detrás de la caldera,
           tenía  un  cristal  roto.  Cuando  el  vidriero  lo  cambió,  el  consumo  de  fuel  descendió
           apreciablemente. Louis pensaba que tenía que estar agradecido a Ckurch por haber
           llamado su atención hacia aquella abertura que él, de no ser por el animal, tal vez

           hubiera tardado semanas, o meses, en descubrir.
               Ellie ya no consentía que Church durmiera con ella, desde luego; pero, a veces,

           mientras miraba la tele, dejaba que el gato echara un sueñecito en su regazo. Aunque,
           según pensaba Louis mientras buscaba en la bolsa los mecanismos de plástico para
           armar el triciclo de Ellie, la niña casi siempre acababa por echarlo diciendo: «Vete,
           Church,  que  hueles  mal.»  De  todos  modos,  seguía  dándole  de  comer  a  diario

           cariñosamente, y hasta el propio Gage propinaba al animal algún que otro tirón de
           cola…, más amistoso que mal intencionado, de eso estaba seguro Louis. Parecía un

           minifraile sacudiendo una peluda cuerda de campana. Entonces Church se refugiaba
           lánguidamente bajo un radiador, fuera del alcance de Gage.
               «Tal vez en un perro hubiéramos notado más la diferencia —pensó Louis—. Los

           gatos  son  esquivos  por  naturaleza.  Esquivos  y  extraños.  Incluso  huraños.»  No  le
           sorprendía que los faraones y las reinas de Egipto los hicieran momificar y enterrar
           consigo en sus pirámides, para que les sirvieran de guía en el otro mundo. Los gatos

           parecían poseer dotes sobrenaturales.




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