Page 152 - Cementerio de animales
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de defensa. Church se tiró de la cama aterrizando de costado y se alejó con su torpe
contoneo.
«¡Dios, oh, Dios, si lo tenía encima! ¡Encima de mí, Dios mío!»
No habría sido mayor el asco si se hubiera despertado con una araña en la boca.
Pensó que iba a vomitar.
—¡Louis!
Apartó la ropa de la cama y fue hacia la escalera tambaleándose. Del dormitorio
salía una luz tenue. Rachel estaba en el descansillo, en camisón.
—Louis, está vomitando otra vez… Y se ahoga… Tengo miedo.
—Ya estoy aquí —dijo él, acercándose y pensando: «Entró. No sé por dónde,
pero entró. Por el sótano, seguramente. Estará rota alguna ventana. Tiene que haber
una ventana rota. Mañana lo comprobaré cuando vuelva. No; antes de marcharme.
Miraré…»
Gage dejó de llorar y empezó a hacer un alarmante gorgoteo de asfixia.
—¡Louis! —chilló Rachel.
Louis se movió con rapidez. Gage estaba echado de lado, babeando en una toalla
vieja que Rachel había extendido junto a él. Vomitaba, sí, pero no lo suficiente. La
mayor parte seguía dentro y el niño empezaba a ponerse morado.
Louis lo levantó por las axilas, sintiéndolo muy caliente a través de la tela del
pelele y se lo apoyó en el hombro, como para hacerle eructar. Luego, Louis saltó
bruscamente hacia atrás, sacudiéndolo con fuerza. La cabeza de Gage se bamboleó
violentamente, el niño soltó un rugido que tenía mucho de eructo y expulsó una gran
masa de un vómito casi sólido que se esparció por el suelo y la cómoda. Gage volvió
a llorar. Era un berrido estridente que a Louis le sonó a música. Para gritar así tenía
que estar recibiendo un ilimitado suministro de oxígeno.
A Rachel se le doblaron las rodillas. Se dejó caer en la cama con la cara entre las
manos. Temblaba violentamente.
—Ha estado a punto de morir, ¿verdad, Louis? Se ahog… ¡Oh, Dios mío!
Louis paseaba al niño por la habitación. Los berridos de Gage habían menguado
hasta convertirse en hiposos suspiros. Ya casi dormía otra vez.
—Las probabilidades son de cincuenta a uno que hubiera podido sacarlo él solo,
Rachel. Yo no hice más que echarle una mano.
—Pero le anduvo cerca —dijo ella mirándole con consternación e incredulidad—.
Louis, le ha estado rondando.
De pronto, él la recordó gritándole en la soleada cocina: «El no va a morir, nadie
de esta casa va a morir…»
—Cariño —dijo Louis—, nos ronda a todos. Constantemente.
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