Page 151 - Cementerio de animales
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—Te quiero, Lou. Me alegro de estar otra vez en casa. Y siento que tengas que
dormir en el sofá. Daremos una pequeña fiestecita mañana por la noche, ¿sí?
—Encantado —dijo Louis apagando la luz.
* * *
Louis quitó los almohadones del sofá, extendió el somier y trató de hacerse a la
idea de tener toda la noche el travesaño de hierro clavado en los riñones a través del
fino colchón. Por lo menos, la cama tenía puestas las sábanas y no sería necesario
hacerla del todo. Sacó dos mantas del estante del armario del recibidor y las extendió.
Ya había empezado a desnudarse cuando se quedó en suspenso.
«¿Te parece que Church ha vuelto a entrar? Muy bien. Entonces, echa un vistazo.
No estará de más. Y al comprobar que todos los pestillos están echados no te expones
ni a pillar un virus.»
Hizo una concienzuda ronda por toda la planta baja, repasando puertas y
ventanas. Todo estaba perfectamente y a Church no se le veía por ninguna parte.
—Muy bien —dijo—. A ver si entras ahora, gato imbécil. —Mentalmente, hizo
votos para que al gato se le congelasen las bolas. Claro que ya no las tenía.
Apagó las luces y se metió en la cama. El travesaño empezó a clavársele casi
inmediatamente, y Louis ya estaba pensando que iba a pasar la noche en vela cuando
se quedó dormido. Se durmió de lado, incómodo en la cama auxiliar, pero cuando
despertó estaba…
«… en el cementerio micmac. Esta vez estaba solo. Había matado a Church con
sus propias manos y ahora quería hacerle resucitar de nuevo. Dios sabría por qué;
Louis, no, desde luego. Pero esta vez lo había enterrado más profundamente y Church
no podía salir. Louis le oía maullar bajo tierra. Sonaba como el llanto de un niño. Los
maullidos, salían por los poros de la tierra pedregosa, y también el olor, aquel tufillo
agridulce a putrefacción. Sólo de respirarlo sentía una opresión en el pecho, un peso.»
«Y el llanto…, el llanto…»
… el llanto continuaba…
… y el peso le oprimía el pecho.
—¡Louis! —Era Rachel, y parecía alarmada—. Louis, corre, sube.
Más que alarmada, parecía asustada. Y el llanto era espasmódico, de alguien que
se ahogaba. Era Gage.
Louis abrió los ojos y vio ante sí los amarillentos ojos de Church. Estaban a
menos de diez centímetros de los suyos. Tenía el gato enroscado encima del pecho,
robándole el aliento, como en los cuentos de viejas. El animal despedía su olor en
lentas y nauseabundas vaharadas. Estaba ronroneando.
Louis lanzó un grito de sorpresa y asco y levantó las manos en instintivo ademán
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