Page 146 - Cementerio de animales
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niños estaban fuera. Las vísceras del ratón relucían con una fosforescencia rosada en
           la penumbra del garaje. Y le faltaba la cabeza.
               Louis  se  apeó  rápidamente  y  tropezó  adrede  con  los  neumáticos.  Los  dos  de

           encima cayeron tapando el ratón.
               —¡Pumba! —exclamó.
               —Eres un pato, papi —dijo Ellie cariñosamente.

               —Tienes razón —dijo Louis con forzada jovialidad. Tenía ganas de decir «corre,
           corre»  y  echar  todo  lo  que  tenía  dentro  del  cuerpo—.  Papi  es  un  pato.  —Que  él
           recordara,  antes  de  su  extraña  resurrección,  Church  sólo  había  matado  un  ratón.

           Generalmente, los acorralaba y jugaba con ellos a la macabra manera de los gatos que
           solía terminar en tragedia; pero casi siempre él, Rachel o la propia Ellie intervenían
           antes del final. Y Louis sabía que, una vez capado, un gato se limitaba a mirar a los

           ratones con cierto interés. Eso, si estaba bien alimentado.
               —¿Piensas quedarte ahí, soñando despierto, o vas a venir a ayudarme con este

           niño?  —preguntó  Rachel—.  Regrese  ya  del  planeta  Mongo,  doctor  Creed.  Los
           terrícolas le necesitan. —Parecía cansada e irritable.
               —Perdona, nena —dijo Louis. Tomó en brazos a Gage que estaba ardiendo.
               Por lo tanto, sólo tres personas degustaron aquella noche los famosos chiles a la

           sureña  de  Louis.  Gage,  febril  y  apático,  estaba  recostado  en  el  sofá  de  la  sala,
           mirando un programa de dibujos animados de la tele y tomando un biberón tibio de

           caldo de pollo.
               Después de la cena, Ellie se acercó a la puerta del garaje y llamó a Church. Louis,
           que estaba fregando los cacharros mientras Rachel deshacía las maletas en el piso de
           arriba,  pensó  que  ojalá  el  gato  no  acudiera;  pero  acudió.  Entró  con  su  nuevo  y

           desgarbado contoneo casi enseguida, como si…, como si hubiera estado acechando.
           Acechando. La palabra brotó espontáneamente.

               —¡Church!  —exclamó  Ellie—.  ¡Hola,  Church!  —Levantó  al  gato  y  lo  abrazó.
           Louis la observaba por el rabillo del ojo. Sus manos, que buscaban los cubiertos que
           pudieran quedar en el fondo del fregadero, se habían quedado inmóviles. Vio cómo la
           expresión  de  dicha  de  Ellie  se  mudaba  lentamente  en  perplejidad.  El  gato  estaba

           quieto, con las orejas gachas, mirándola a los ojos.
               Al cabo de un largo momento —a Louis le pareció larguísimo—. Ellie dejó al

           gato en el suelo. El animal se fue al comedor sin mirar atrás. «Verdugo de ratones —
           pensó Louis distraídamente—. Oh, Dios, ¿qué es lo que hicimos aquella noche?»
               Con la mejor voluntad, trataba de recordarlo, pero todo aquello se le antojaba ya

           tan lejano y borroso como la turbulenta escena de la muerte de Víctor Pascow en la
           sala  de  espera  de  la  enfermería.  Recordaba  ráfagas  de  viento  cruzando  el  cielo
           nocturno y el resplandor de la nieve en la explanada de atrás. Nada más.

               —¿Papi? —dijo Ellie con voz apagada.




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