Page 142 - Cementerio de animales
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               Louis no se dio cuenta de que estaba borracho hasta que llegó a su garaje.
               Fuera había estrellas y una gélida corteza de luna. No daban claridad suficiente

           como para proyectar sombras, pero se veía bastante bien. En el garaje, la oscuridad
           era total. El interruptor de la luz tenía que estar por allí, pero maldito si recordaba
           dónde.  Avanzaba  despacio,  arrastrando  los  pies.  Le  daba  vueltas  la  cabeza.  Louis

           temía darse un golpe en la rodilla o tropezar con algún juguete. Ya le parecía sentir el
           sobresalto del choque y tal vez de la caída. La bicicleta de Ellie, con sus ruedecitas

           rojas de apoyo, el carrito de Gage…
               —¿Dónde estaba el gato? ¿Lo había dejado dentro?
               Perdió el rumbo y chocó contra la pared. Una astilla le arañó la palma de la mano
           y  él  gritó:  «¡Mierda!»  en  la  oscuridad,  y  enseguida  se  dio  cuenta  de  que  su  voz

           sonaba  más  asustada  que  furiosa.  Todo  el  garaje  parecía  haber  dado  media  vuelta
           disimuladamente.  Ahora  no  era  ya  el  interruptor;  ahora  no  encontraba  nada,  ni

           siquiera la jodida puerta de la cocina.
               Empezó a andar otra vez, lentamente. Le escocía la palma de la mano. «Es como
           estar ciego», pensó, y eso le hizo recordar un concierto de Stevie Wonder al que fue
           con  Rachel…  ¿Cuándo?  ¿Seis  años  atrás?  Pues  sí,  aunque  parecía  imposible.  Ella

           esperaba a Ellie. Dos tipos acompañaron a Wonder hasta el sintetizador, guiándole de
           manera  que  no  tropezara  con  los  cables  tendidos  por  el  suelo  del  escenario.  Y

           después,  cuando  él  se  levantó  para  bailar  con  una  de  las  chicas  del  coro,  ella  le
           condujo cuidadosamente hacia una zona despejada. A Louis le pareció que bailaba
           muy bien; pero necesitó una mano que le guiara.
               «Lo que yo necesito ahora es una mano que me guíe hasta la puerta de la cocina»,

           pensó… y se estremeció bruscamente.
               Si ahora tropezaba con una mano en la oscuridad, empezaría a gritar, a gritar, a

           gritar.
               Se quedó muy quieto, con el corazón alborotado. «Anda ya —se dijo—, déjate de
           puñetas, vamos, vamos…»

               «¿Dónde estará ese jodido gato?»
               Entonces  tropezó  con  algo:  el  parachoques  trasero  del  Civic  y  el  dolor  de  la
           espinilla hizo que se le saltaran las lágrimas. Se frotó la pierna, manteniéndose en

           equilibrio  sobre  un  solo  pie,  como  una  cigüeña.  Por  lo  menos,  ahora  se  había
           orientado. La geografía del garaje volvía a estar clara. Además, sus ojos empezaban a
           acostumbrarse a la oscuridad. Ahora recordaba que el gato se había quedado dentro,

           que él no se sintió con ánimo de tocarlo, levantarlo del suelo, dejarlo fuera…
               Y fue entonces cuando el pelo suave y caliente de Church le rozó el tobillo y
           aquella cola repugnante le rodeó la pantorrilla con movimiento de serpiente. Y Louis



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