Page 147 - Cementerio de animales
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—¿Sí, Ellie?
               —Church huele raro.
               —Ah, ¿sí? —dijo Louis con estudiada indiferencia.

               —¡Sí!  —respondió  Ellie,  apenada—.  Sí.  Él  nunca  había  olido  así.  Huele  a…
           Huele a caca.
               —Se habrá revolcado en alguna porquería, cariño —dijo Louis—. Ese olor ya se

           le quitará.
               —Así lo "espero" —dijo Ellie con cómica voz de gran dama. Y se fue.
               Louis encontró el último tenedor, lo fregó y tiró del tapón. Se quedó mirando por

           la ventana mientras se vaciaba en el fregadero con un gorgoteo.
               Cuando se apagó el sonido del desagüe, Louis oyó silbar el viento que venía del
           norte trayendo el invierno, y comprendió que estaba asustado, tontamente asustado

           sin saber por qué, como cuando una nube cubre de pronto el sol y oyes un crujido que
           no sabes de dónde viene.




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               —¿Treinta y nueve? —preguntó Rachel—. ¡Jesús, Louis! ¿Estás seguro?

               —Es un virus —dijo Louis. Trató de no irritarse por el tono de Rachel, que era
           casi acusador. Estaba cansada. Había tenido un día agotador. Había cruzado la mitad
           de  la  nación  con  los  dos  niños,  ahora  eran  las  once  de  la  noche  y  aún  no  había

           terminado  la  jornada.  Ellie  dormía  profundamente  en  su  habitación.  Gage  estaba
           acostado  en  la  cama  de  matrimonio,  aletargado.  Hacía  una  hora,  Louis  había
           empezado a darle Liquiprin—. La aspirina le bajará la fiebre. Mañana estará mejor,

           cariño.
               —¿No piensas darle ampicilina ni nada de eso?
               —Se  lo  daría  si  tuviera  gripe  o  una  infección  por  estrepto  —dijo  Louis

           pacientemente—. Pero no es así. Se trata de un virus, y eso no sirve para los virus. No
           serviría más que para darle diarrea y deshidratarle más aún.

               —¿Estás seguro de que es un virus?
               —Si quieres otra opinión, podemos celebrar consulta —dijo Louis ásperamente.
               —¡Haz el favor de no gritarme! —gritó Rachel.
               —¡No te he gritado! —gritó Louis a su vez.

               —Claro  que  sí  —dijo  Rachel—.  Me  has  gri-gri-gritado.  —Empezaban  a
           temblarle  los  labios  y  se  llevó  una  mano  a  la  cara.  Louis  reparó  entonces  en  sus

           profundas ojeras y se sintió avergonzado de sí mismo.
               —Perdona  —dijo,  sentándose  a  su  lado—.  No  sé  lo  que  me  pasa,  ¡canastos!
           Perdóname, Rachel.
               —No te lamentes ni des explicaciones —sonrió ella débilmente—. ¿No es eso lo




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