Page 147 - Cementerio de animales
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—¿Sí, Ellie?
—Church huele raro.
—Ah, ¿sí? —dijo Louis con estudiada indiferencia.
—¡Sí! —respondió Ellie, apenada—. Sí. Él nunca había olido así. Huele a…
Huele a caca.
—Se habrá revolcado en alguna porquería, cariño —dijo Louis—. Ese olor ya se
le quitará.
—Así lo "espero" —dijo Ellie con cómica voz de gran dama. Y se fue.
Louis encontró el último tenedor, lo fregó y tiró del tapón. Se quedó mirando por
la ventana mientras se vaciaba en el fregadero con un gorgoteo.
Cuando se apagó el sonido del desagüe, Louis oyó silbar el viento que venía del
norte trayendo el invierno, y comprendió que estaba asustado, tontamente asustado
sin saber por qué, como cuando una nube cubre de pronto el sol y oyes un crujido que
no sabes de dónde viene.
* * *
—¿Treinta y nueve? —preguntó Rachel—. ¡Jesús, Louis! ¿Estás seguro?
—Es un virus —dijo Louis. Trató de no irritarse por el tono de Rachel, que era
casi acusador. Estaba cansada. Había tenido un día agotador. Había cruzado la mitad
de la nación con los dos niños, ahora eran las once de la noche y aún no había
terminado la jornada. Ellie dormía profundamente en su habitación. Gage estaba
acostado en la cama de matrimonio, aletargado. Hacía una hora, Louis había
empezado a darle Liquiprin—. La aspirina le bajará la fiebre. Mañana estará mejor,
cariño.
—¿No piensas darle ampicilina ni nada de eso?
—Se lo daría si tuviera gripe o una infección por estrepto —dijo Louis
pacientemente—. Pero no es así. Se trata de un virus, y eso no sirve para los virus. No
serviría más que para darle diarrea y deshidratarle más aún.
—¿Estás seguro de que es un virus?
—Si quieres otra opinión, podemos celebrar consulta —dijo Louis ásperamente.
—¡Haz el favor de no gritarme! —gritó Rachel.
—¡No te he gritado! —gritó Louis a su vez.
—Claro que sí —dijo Rachel—. Me has gri-gri-gritado. —Empezaban a
temblarle los labios y se llevó una mano a la cara. Louis reparó entonces en sus
profundas ojeras y se sintió avergonzado de sí mismo.
—Perdona —dijo, sentándose a su lado—. No sé lo que me pasa, ¡canastos!
Perdóname, Rachel.
—No te lamentes ni des explicaciones —sonrió ella débilmente—. ¿No es eso lo
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