Page 149 - Cementerio de animales
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niña. Eso, nunca más. La idea de que el animal subiera a la cama de Ellie le sugería
pensamientos de enfermedad y suscitaba recuerdos de la funeraria del tío Carl.
«Ella tiene que darse cuenta de que algo ha ocurrido y que el gato estaba mejor
antes.»
Louis había sacado al gato, pero encontró a Ellie sentada en la cama, más
dormida que despierta, y al gato tendido en la colcha, una sombra negra que
recordaba la silueta de un gigantesco murciélago. Los ojos del animal estaban
abiertos y, a la luz del pasillo, relucía con ellos una mirada estúpida.
—Papi, llévatelo de aquí —casi gimió Ellie—. Huele mal.
—Sssh, Ellie, duerme —dijo Louis, asombrado de la calma que denotaba su voz.
Entonces recordó la mañana siguiente a su noche de sonámbulo, después de la muerte
de Pascow, cuando, al llegar a la enfermería, se fue directamente al cuarto de baño
para mirarse al espejo, convencido de que tendría un aspecto infernal. Sin embargo,
estaba prácticamente normal. Estas cosas te hacían preguntarte cuántas personas
andarían por ahí disimulando espantosos secretos.
«¡Pero esto no es un secreto, puñeta! ¡Es sólo el gato!»
Ellie tenía razón. Apestaba.
Agarró al gato y lo llevó abajo, tratando de respirar por la boca. Había olores
peores que aquél; sin ir más lejos, el de la mierda, hablando en plata. Hacía un mes,
vaciaron la fosa séptica y, como dijo Jud cuando se acercó a ver funcionar la bomba
de Puffer e Hijos, «No huele precisamente a Chanel Cinco, ¿eh, Louis?». El olor de la
gangrena —«carne caliente» como decía el viejo doctor Bracermunn de la facultad—
también era peor. Incluso el olor del convertidor catalítico del Civic, cuando llevaba
un rato funcionando en el garaje, era peor.
De todos modos, era un olor bastante asqueroso. Pero ¿cómo se había metido en
casa el gato? Él lo sacó con la escoba hacía rato, cuando los tres —su familia—
estaban arriba. Era la primera vez que tocaba al gato desde el día en que el animal
volvió a casa hacía casi una semana. Se dejaba llevar en brazos dócilmente, y Louis
creía estar transportando un foco de infección latente. «¿Por qué agujero te has
colado, canalla?», pensaba Louis.
Entonces recordó el sueño en el que Pascow se filtrara a través de la puerta de la
cocina.
Quizá no había agujero. Quizá había entrado como un fantasma.
—Lo que faltaba —murmuró Louis, con la voz un poco ronca.
De pronto, Louis pensó que el gato podía revolverse y arañarle. Pero Church se
mantenía muy quieto, irradiando aquel calor estúpido y aquel tufo infecto y mirando
fijamente a Louis como si pudiera leerle el pensamiento.
Abrió la puerta y echó el gato al garaje, tal vez con excesiva brusquedad.
—Anda —le dijo—, vete a matar ratones o lo que te dé la gana.
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