Page 159 - Cementerio de animales
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zafiro a la luz de la lámpara del recibidor. La piedra oscilaba suavemente, lanzando
           fríos destellos azules.
               —Oh, Louis, qué bárbaro…

               Él vio que estaba a punto de echarse a llorar y se sintió conmovido y alarmado a
           la vez.
               —Eh, nena, no… Anda, póntelo.

               —Louis, no podemos. Tú no puedes…
               —Sssh… He estado ahorrando desde la Navidad del año pasado. Además, no es
           tan caro.

               —¿Cuánto te ha costado?
               —Eso no pienso decírtelo, Rachel —dijo Louis con solemnidad—. Ni una legión
           de verdugos conseguirían arrancármelo. Dos mil dólares.

               —¡Dos mil…! —Ella le dio un abrazo tan brusco y tan fuerte, que estuvo a punto
           de tirarle por la escalera—. Louis, ¡estás "loco"!

               —Póntelo —dijo él otra vez.
               Él la ayudó a abrocharlo.
               —Voy a mirarme en el espejo —dijo ella volviéndose hacia él—. Tengo ganas de
           pavonearme.

               —Puedes pavonearte mientras yo saco al gato y apago las luces.
               —Te advierto que pienso quitármelo todo menos esto —dijo ella mirándole a los

           ojos.
               —Pues, pavonéate deprisa —dijo Louis, y ella se echó a reír.
               Louis levantó a Church, colocándoselo sobre el antebrazo; últimamente ya había
           prescindido de la escoba. A pesar de todo, casi había vuelto a acostumbrarse al gato.

           Se  dirigió  a  la  cocina,  apagando  luces  a  su  paso.  Cuando  abrió  la  puerta  que
           comunicaba con el garaje, notó una corriente de aire frío en los tobillos.

               —Feliz Navidad, Ch…
               No pudo terminar. En el felpudo había un cuervo muerto. Era muy grande. Tenía
           la cabeza destrozada y un ala arrancada. El ala estaba detrás del cuerpo, como un
           trozo de papel chamuscado. Church saltó al suelo y se puso a olisquear ávidamente el

           pájaro congelado. Antes de que Louis pudiera desviar la mirada, el gato avanzó la
           cabeza con las orejas gachas y arrancó uno de los vidriosos y lechosos ojos del ave.

               «Church  ataca  de  nuevo  —pensó  Louis  con  una  vaga  náusea,  volviendo  la
           cabeza, pero no sin ver la ensangrentada cuenca—. Eso no tendría por qué afectarme.
           He visto cosas peores. Oh, sí, lo de Pascow, por ejemplo. Aquello fue peor, mucho

           peor…»
               Pero  le  afectaba.  Se  le  había  revuelto  el  estómago  y  se  había  enfriado  su
           excitación sexual. «Caray, ese pájaro es casi tan grande como él. Lo habrá pillado

           desprevenido. Y tan desprevenido.»




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