Page 162 - Cementerio de animales
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               Fue  pasando  el  invierno.  Ellie  recobró  la  fe  en  Papá  Noel  —por  lo  menos,
           temporalmente—  gracias  a  las  huellas  de  la  bota.  Gage  abrió  sus  regalos

           espléndidamente,  parándose  de  vez  en  cuando  a  masticar  un  pedacito  de  papel  de
           aspecto suculento. Y aquel año, a media tarde, los dos niños estaban jugando con las
           cajas.

               En Nochevieja, los Crandall entraron a degustar el ponche de huevo que había
           preparado  Rachel,  y  Louis,  insensiblemente,  empezó  a  examinar  a  Norma  con

           disimulo. Tenía una palidez y una fragilidad que él había visto en otros casos. Su
           abuela  habría  dicho  que  Norma  había  dado  un  «bajón»,  y  no  era  desacertada  la
           expresión. Sus manos, hinchadas y deformadas por la artritis, se habían cubierto de
           manchas oscuras de la noche a la mañana. Y tenía el pelo más pobre. Los Crandall se

           fueron a su casa a eso de las diez, y los Creed recibieron al Año Nuevo delante del
           televisor. Aquélla fue la última vez que Norma estuvo en la casa.

               Fueron unas Navidades lluviosas y templadas. Si bien, por un lado el deshielo
           prematuro  permitía  a  Louis  ahorrar  en  calefacción,  por  otro  lado,  las  brumas
           resultaban deprimentes y agobiantes. Louis pasaba el tiempo haciendo chapuzas en la
           casa,  fabricando  librerías  y  armarios  para  Rachel  y  construyendo  un  Porsche  en

           miniatura para él. Cuando, el 23 de enero, se reanudaron las clases, Louis se alegró de
           volver a la universidad.

               Por fin llegó la gripe —en el "campus" se declaró una epidemia bastante fuerte
           menos  de  una  semana  después  de  que  se  reanudara  el  curso—  y  Louis  tuvo  que
           trabajar de firme; algunos días, diez y hasta doce horas, pero ello no le desagradaba.
               Aquel período relativamente templado acabó brusca y espectacularmente el 29 de

           enero, con una fuerte ventisca seguida de una semana de temperaturas inferiores a los
           veinte grados bajo cero. Un día, mientras Louis examinaba una fractura de brazo de

           un muchacho que creía —vanamente, en opinión de Louis— poder jugar al béisbol
           aquella primavera, una de las enfermeras auxiliares asomó la cabeza para decirle que
           su esposa le llamaba por teléfono.

               Louis contestó desde el despacho. Rachel estaba llorando. Esto le alarmó. «Es
           Ellie  —pensó—.  Se  ha  caído  del  trineo  y  se  ha  roto  un  brazo.  O  se  ha  abierto  la
           cabeza.» Recordó con angustia el accidente de los seis estudiantes borrachos.

               —¿Rachel? —preguntó—. ¿Se ha hecho daño alguno de los niños?
               —No, no —respondió ella, llorando con más fuerza—. No es uno de los niños. Es
           Norma, Lou. Norma Crandall. Murió esta mañana, a eso de las ocho, dice Jud que

           después del desayuno. Vino a ver si estabas, pero tú te habías marchado hacía media
           hora. Oh, Lou, está tan aturdido… tan viejo… Gracias a Dios, Ellie ya no estaba y
           Gage aún no comprende…



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