Page 164 - Cementerio de animales
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               No fue un ataque al corazón. Fue un derrame cerebral. Súbito y, probablemente,
           indoloro. Cuando Louis llamó a Steve Masterton a primera hora de la tarde para darle

           detalles, Steve dijo que a él no le importaría irse de aquel modo.
               —Hay veces en las que Dios le da largas al asunto y otras se limita a hacerte una
           seña para que te largues.

               Rachel no quiso hablar del asunto ni consintió que Louis lo mencionara siquiera.
               Ellie, más que afligida, se mostró sorprendida e intrigada. En opinión de Louis,

           fue  una  reacción  perfectamente  sana  y  natural  para  una  criatura  de  seis  años.
           Preguntó  si  Mrs.  Crandall  había  muerto  con  los  ojos  cerrados  o  abiertos.  Louis
           contestó que no lo sabía.
               Jud  reaccionó  lo  mejor  que  cabía  esperar,  teniendo  en  cuenta  que  había

           compartido cama y mesa con aquella mujer durante casi sesenta años. Louis encontró
           al anciano —porque aquel día parecía realmente un anciano de ochenta y tres años—

           sentado junto a la mesa de la cocina, fumando un Chesterfield, bebiendo cerveza y
           contemplando la puerta de la sala con mirada ausente.
               Cuando entró Louis, le miró y dijo:
               —Bueno, se fue, Louis. —Lo dijo con una voz tan clara y en un tono tan natural

           que  Louis  pensó  que  aún  no  se  había  percatado  de  lo  sucedido.  Luego,  empezó  a
           mover los labios y se cubrió los ojos con un brazo. Louis se acercó a él y lo abrazó

           por los hombros. Jud entonces claudicó y se echó a llorar. Sí se había percatado. Jud
           comprendía perfectamente que su esposa había muerto.
               —Eso te hará bien —dijo Louis—. Sigue. Además, ella querría que llorases. A lo
           mejor se ofende si no lo haces. —También él tenía los ojos llorosos. Jud se asió a él

           con fuerza y Louis le estrechó a su vez.
               Jud estuvo llorando unos diez minutos, y luego se serenó. Louis escuchaba con

           gran  atención  todo  lo  que  decía  Jud.  Le  escuchaba  como  amigo  y  como  médico,
           tratando  de  descubrir  reiteraciones  y,  sobre  todo,  síntomas  de  si  había  perdido  la
           noción del tiempo (la del lugar no podía perderla, porque para Jud Crandall nunca

           hubo más lugar que Ludlow, Maine) y si utilizaba el presente al hablar de Norma. No
           descubrió el menor indicio de que Jud estuviera perdiendo el control de sus facultades
           mentales.  Louis  sabía  que  no  era  insólito  que  una  pareja  que  habían  convivido

           durante tantos años murieran con un intervalo de un mes, una semana o, incluso, un
           día. Tal vez el trauma, o el afán de reunirse con el ausente (ésta era una idea que no se
           le  hubiera  ocurrido  antes  de  lo  de  Church;  Louis  advertía  que  su  modo  de  pensar

           sobre el mundo espiritual y sobrenatural había experimentado un cambio profundo).
           La conclusión que sacó fue que Jud estaba muy afligido, pero por lo menos, por el
           momento,  su  mente  regía  perfectamente.  No  detectó  en  Jud  aquella  fragilidad  que



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