Page 168 - Cementerio de animales
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—Pero  nosotros  tenemos  fe  en  que  no  ocurra  eso.  La  fe  es  algo  grande,  y  las
           personas auténticamente religiosas quisieran hacernos creer que la fe y la certidumbre
           son una misma cosa, pero yo no lo creo así. Porque existen demasiadas opiniones al

           respecto.  Lo  que  sabemos  es:  cuando  nos  morimos,  una  de  dos,  o  nuestra  alma  y
           nuestro  pensamiento  sobreviven  a  la  muerte,  o  no.  Si  sobreviven,  puede  ocurrir
           cualquier cosa. Si no, pues punto. Fin.

               —¿Como si te quedaras dormido?
               Él reflexionó y dijo:
               —Mejor, como si te dieran éter.

               —¿Tú en cuál de las dos cosas tienes fe, papi?
               La sombra de la pared se movió y volvió a quedarse quieta.
               Durante  casi  toda  su  vida  adulta,  por  lo  menos  desde  su  época  de  estudiante,

           Louis creyó que la muerte era el fin. Él había visto morir a mucha gente y nunca
           sintió el paso de un alma camino de… donde fuera. ¿No pensó lo mismo a la muerte

           de  Víctor  Pascow?  Louis  opinaba,  como  su  profesor  de  psicología,  que  las
           experiencias de la vida después de la muerte, recogidas en revistas especializadas y
           divulgadas por la prensa popular, indicaban, probablemente, un último intento de la
           mente  por  resistir  la  acometida  de  la  muerte:  la  mente  humana,  con  su  inagotable

           inventiva,  se  sustraía  a  la  desesperación  construyendo  una  alucinación  de
           inmortalidad.  Louis  también  estaba  de  acuerdo  con  lo  que  dijo  un  compañero  de

           cuarto que tuvo en Chicago en su segundo año de facultad, durante una reunión que
           duró toda una noche, de que resultaba muy sospechoso que la Biblia estuviera llena
           de  milagros  que  cesaron  de  producirse  casi  por  completo  durante  la  Época  de  la
           Razón  («cesaron  por  completo»,  dijo  al  principio,  pero  luego  fue  obligado  a

           retroceder por lo menos un paso por los que afirmaban, con cierta autoridad, que aún
           ocurrían  multitud  de  cosas  inexplicables,  reductos  aislados  de  perplejidad  en  un

           mundo cada vez más aséptico y bien iluminado; ahí estaba, por ejemplo, el Sudario
           de Turín, que había resistido todas las tentativas que se hicieron para desacralizarlo).
           «Se dice que Jesucristo hizo resucitar a Lázaro de entre los muertos —decía aquel
           muchacho que se convertiría en un prestigioso ginecólogo de Dearborn, Michigan—.

           Muy bien. Si no hay más remedio, me lo trago. Es decir, si yo tengo que aceptar el
           concepto de que algunas veces un gemelo puede engullir el feto de otro "in útero",

           digamos  en  un  acto  de  canibalismo  prenatal,  no  hay  nada  que  oponer  si  veinte  o
           treinta años después, aquél presenta dientes en los testículos o en los pulmones, para
           demostrarlo. Y, si me trago eso, puedo tragar cualquier cosa. Pero lo que yo quiero es

           ver el certificado de defunción. ¿Veis adonde quiero ir a parar? Yo no pongo en duda
           que saliera de la tumba. Pero que me enseñen el certificado de defunción. Yo soy
           como Tomás, que decía que no creería que Jesús había resucitado hasta que pudiera

           mirar por los agujeros de los clavos y meter la mano en la herida del costado del




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