Page 158 - Cementerio de animales
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profundamente a Ellie (al parecer, más por la hamburguesa que por la barba torcida),
a pesar de las explicaciones de Rachel, de que los Papá Noel de los grandes
almacenes no eran sino «ayudantes» del verdadero, que por aquellas fechas estaba
atareadísimo allá en el norte, terminando el inventario y leyendo las cartas de última
hora enviadas por los niños, y no podía perder tiempo andando por ahí en campañas
de relaciones públicas.
Louis volvió a colocar el guardafuegos con todo cuidado. Ahora había en su
chimenea dos huellas clarísimas, una en la ceniza y otra en el zócalo de ladrillo. Las
dos apuntaban al árbol, como si Papá Noel hubiera aterrizado sobre el rescoldo e ido
directamente al árbol, a depositar los regalos que traía para los Creed. El efecto no
podía ser más convincente, salvo para el que advirtiera que ambas huellas
correspondían al pie izquierdo. Y Louis no creía que Ellie fuera tan observadora.
—Louis Creed, te adoro —dijo Rachel dándole un beso.
—Te casaste con un tío listo, nena. Tú quédate a mi lado y prosperarás.
—Sabes que puedes estar conmigo.
Fueron hacia la escalera. Él señaló la mesita que Ellie había preparado delante de
la tele, con un platillo de galletas y rosquillas, una lata de cerveza y una cartulina en
la que, en letras mayúsculas de trazo irregular, Ellie había escrito: PARA TI, Papá
Noel.
—¿Una galleta o una rosquilla? —preguntó Louis.
—Una rosquilla —dijo ella, tomando la mitad. Louis abrió la lata y bebió media
cerveza.
—Cerveza a esta hora me dará acidez —dijo.
—Bobadas. Vamos, doctor.
Louis dejó la lata y, bruscamente, se echó mano al bolsillo de la bata, como si en
aquel momento se acordara del paquetito, cuyo leve peso no había dejado de percibir
toda la noche.
—Toma —dijo—. Esto es para ti. Ya puedes abrirlo, son más de las doce. Feliz
Navidad, cariño.
Ella empezó a dar vueltas a la cajita, envuelta en papel plateado y atada con una
ancha cinta de satén azul.
—¿Qué es, Louis?
Él se encogió de hombros.
—Jabón, una muestra de champú… no recuerdo.
Rachel la abrió en la escalera y, al ver el estuche de Tiffany, lanzó un gritito.
Luego, retiró la capa de algodón y se quedó inmóvil, con la boca entreabierta.
—¿Bueno? —preguntó él, intranquilo. Era la primera vez que le regalaba una
alhaja y estaba nervioso—. ¿Te gusta?
Ella extrajo la cadenita de oro enredándola en los dedos e hizo brillar el pequeño
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