Page 57 - Cementerio de animales
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procura no acercarte a los bares ni a los callejones oscuros.
               La muchacha se puso en pie, lanzó a Louis una rápida mirada escrutadora y salió.
               —Nuestra primera paciente del curso —dijo la Charlton agriamente, sacudiendo

           el termómetro.
               —No parece muy satisfecha.
               —Conozco  el  tipo  —dijo  ella—.  Oh,  y  también  el  reverso  de  la  medalla,  los

           atletas  que  siguen  jugando  con  fisuras  de  huesos,  tendinitis  y  demás  porque  no
           quieren quedarse en el banquillo. Son muy machos, no pueden defraudar al equipo,
           aunque  con  ello  se  jueguen  su  vida  profesional.  Pero  ahí  tiene  usted  a  la  señorita

           Treinta y Siete y Medio. —Señaló por la ventana con un movimiento de la cabeza.
           Louis  vio  a  la  despellejada  dirigirse  hacia  el  complejo  de  dormitorios  Gannett-
           Cumberland-Androscoggin.  En  la  sala  de  reconocimientos,  la  joven  daba  la

           impresión de encontrarse mal y estar esforzándose por sobreponerse al dolor. Ahora
           andaba contoneándose, mirando y haciéndose mirar.

               —La típica hipocondríaca universitaria. —Miss Charlton introdujo el termómetro
           en un esterilizador—. La tendremos aquí dos docenas de veces antes de que termine
           el curso. Sus visitas coincidirán con los exámenes parciales. Una semana antes de los
           finales,  estará  segura  de  tener  pulmonía  o  bronconeumonía.  Luego,  lo  dejará  en

           bronquitis. Se saltará cuatro o cinco exámenes, aquellos en los que el profesor sea un
           hueso,  como  dicen  ellos,  y  conseguirá  que  le  pongan  pruebas  atenuadas.  Las

           enfermedades se agravan cuando saben que van a ponerles temas concretos en lugar
           de trabajos de carácter general.
               —¡Caramba,  pues  no  estamos  cínicos  ni  nada  esta  mañana!  —dijo  Louis.
           Realmente, se sentía atónito. Ella le guiñó un ojo haciéndole sonreír.

               —Yo no me lo tomo muy a pecho, doctor. Haga usted otro tanto.
               —¿Dónde está ahora Stephen?

               —En  su  despacho,  contestando  cartas  y  rellenando  estúpidos  formularios
           oficiales.
               Louis entró en su despacho. A pesar del cinismo de la Charlton, se sentía cómodo
           y seguro.




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               Al mirar atrás, Louis pensaría —cuando pudo soportar pensar en aquello— que la
           pesadilla  empezó  alrededor  de  las  diez  de  aquella  mañana,  cuando  le  llevaron  a

           Víctor Pascow, el muchacho moribundo.
               Hasta entonces, todo estuvo tranquilo. A las nueve, media hora después de que
           llegara  él,  se  presentaron  las  dos  estudiantes  de  enfermera  que  harían  el  turno  de
           nueve a tres. Louis les dio un bollo y una taza de café y les habló durante quince




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