Page 56 - Cementerio de animales
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Lo primero que advirtió al entrar en el recinto de la universidad fue el súbito y
espectacular aumento del tráfico. Turismos, bicicletas y gente corriendo con shorts de
gimnasia. Tuvo que frenar bruscamente para no atropellar a dos muchachos que
venían haciendo "jogging" desde el Dunn Hall hacia las pistas de atletismo, situadas
detrás del pabellón polideportivo. Del frenazo, se le clavó el cinturón en el hombro.
Hizo sonar el claxon. Le indignaba el modo en que corredores y ciclistas prescindían
de toda precaución. Al fin y al cabo, estaban haciendo deporte. Uno de ellos, sin
mirarle siquiera, le hizo un gesto con el dedo. Louis suspiró y siguió adelante.
La segunda novedad era que la ambulancia no estaba en el aparcamiento, frente a
la enfermería, y esto le intranquilizó. La enfermería estaba preparada para tratar
cualquier enfermedad o accidente menos grave; había tres salas de reconocimiento
muy bien equipadas, a las que se entraba directamente desde el gran vestíbulo, y dos
salas con quince camas cada una. Pero no había quirófano ni nada parecido. Los
casos graves eran transportados en ambulancia al Centro Médico de Maine Oriental.
Steve Masterton, el médico ayudante que acompañó a Louis en su primer recorrido
de las dependencias, le mostró con justificado orgullo el libro registro de los dos
cursos anteriores: sólo treinta y ocho servicios de ambulancia en todo aquel tiempo…
No estaba mal, si uno tenía en cuenta que el censo de estudiantes rebasaba los diez
mil y la población total era de casi diecisiete mil personas.
Y, el primer día del curso, ya no estaba la ambulancia.
Louis dejó el coche en el hueco en el que, en un rótulo recién pintado, se leía:
RESERVADO PARA EL DOCTOR CREED y entró rápidamente en la enfermería.
Encontró a Miss Charlton, una mujercita canosa y delgada, de unos cincuenta
años, en la primera sala de reconocimientos, tomando la temperatura a una jovencita
con tejanos y corpiño playero. La muchacha, según observó Louis, tenía quemaduras
solares recientes y estaba despellejándose.
—Buenos días, Joan —dijo—. ¿Dónde está la ambulancia?
—Oh, ha sido toda una tragedia —dijo la mujer, extrayendo el termómetro de la
boca de la estudiante y leyendo la temperatura—. Cuando Steve Masterton llegó esta
mañana a las siete, encontró un buen charco debajo del motor, entre las ruedas
delanteras. Se rajó el radiador. Se la han llevado con la grúa.
—Magnífico —dijo Louis, pero se sentía aliviado. Por lo menos, no había salido
para una urgencia, como temió al principio—. ¿Cuándo nos la devolverán?
Joan Charlton se echó a reír.
—Por el modo de trabajar del taller mecánico de la universidad, supongo que nos
la mandarán hacia el quince de diciembre, con un lazo navideño. —Miró a la
estudiante—. Tienes medio grado de temperatura —dijo—. Toma dos aspirinas y
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