Page 100 - El Misterio de Salem's Lot
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No hago más que husmear un poco.
—Supongamos que yo no quisiera decírselo.
Parkins se encogió de hombros y buscó los cigarrillos.
—Eso es asunto suyo, hijo.
—Estuve cenando en casa de Susan Norton. Y jugué al bádminton con su padre.
—Y él le ganó, seguro. Siempre le gana a Nolly. Nolly delira con lo que le
gustaría ganar alguna vez a Bill Norton. ¿A qué hora se fue?
Ben rió con una risa no muy divertida.
—Cuando usted corta, corta hasta el hueso, ¿no?
—Fíjese —señaló Parkins— que si yo fuera uno de esos detectives neoyorquinos
como los de la televisión, podría pensar que usted tiene algo que ocultar, por la forma
en que esquiva mis preguntas.
—Nada que ocultar —le aseguró Ben—. Simplemente estoy cansado de ser el
forastero del pueblo, de que me señalen por la calle y se den codazos cuando entro en
la biblioteca. Y ahora me viene usted con esta historia del sospechoso, tratando de
averiguar si guardo en el ropero el cuero cabelludo de Ralphie Glick.
—Pues no, eso no lo creo. —Parkins lo miró por encima de su cigarrillo; su
mirada se había endurecido—. Lo que procuro es excluirlo. Si pensara que usted tiene
algo que ver con eso, ya lo tendría a la sombra.
—Bueno —consintió Ben—. Me fui de casa de los Norton a eso de las siete y
cuarto.Caminé un poco hacia Schoolyard HUÍ. Cuando ya era de noche vine aquí,
escribí durante un par de horas y me acosté.
—¿A qué hora volvió aquí?
—Creo que a las ocho y cuarto.
—Bueno, pues eso no lo deja a usted tan bien como yo quisiera. ¿No vio a nadie?
—No, a nadie —respondió Ben.
Parkins gruñó y fue hacia la máquina de escribir.
—¿Qué está escribiendo?
—Nada que a usted le importe —contestó Ben con voz fría—. Le agradeceré que
mantenga los ojos y las manos lejos de mi trabajo. Salvo que tenga una orden de
allanamiento.
—Es usted quisquilloso. ¿Acaso no quiere que sus libros se lean?
—Cuando el libro haya pasado por tres borradores, corrección de estilo, pruebas
de galeradas y de compaginadas y esté impreso, yo mismo le entregaré cuatro
ejemplares dedicados. Pero, por el momento, esto pertenece a mis papeles privados.
Con una sonrisa, Parkins se apartó de la máquina de escribir.
—Perfecto. De todas maneras, no creo que sea una confesión firmada.
Ben le devolvió la sonrisa.
—Decía Mark Twain que una novela es un documento en el que un hombre que
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