Page 102 - El Misterio de Salem's Lot
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conseguir una Singer por menos de cincuenta dólares.
               Con un suspiro, Parkins fue hacia la puerta y llamó.
               Apenas  si  tardó  un  segundo  en  abrirse,  como  si  el  forastero  hubiera  estado  al

           acecho detrás de ella, esperando a que él llamara.
               —¡Inspector! —le saludó Straker con una sonrisa—. ¡Qué estupendo que haya
           venido!

               —Agente nada más, me temo —aclaró Parkins mientras encendía un Pall Malí, y
           entró—.
               Parkins Gillespie. Encantado de conocerle. —Se presentó y le ofreció la mano,

           que el otro estrechó suavemente con una mano que le pareció enormemente fuerte y
           muy seca.
               —Richard Throckett Straker —anunció el hombre calvo.

               —Me figuré que era usted —comentó Parkins mientras miraba alrededor.
               La tienda estaba toda alfombrada, pero todavía no habían acabado de pintarla. El

           olor  a  pintura  fresca  era  grato,  pero  por  debajo  parecía  haber  otro  olor,  éste
           desagradable. Parkins no consiguió identificarlo, y decidió prestar atención a Straker.
               —¿En qué puedo servirle en este hermoso día? —preguntó Straker.
               La tranquila mirada de Parkins se dirigió a la ventana, para comprobar que seguía

           lloviendo a cántaros.
               —En realidad, en nada. Simplemente he venido a saludarlo. Digamos que quería

           darle la bienvenida al pueblo y desearle buena suerte.
               —Muy  amable.  ¿Puedo  ofrecerle  un  café?  ¿Una  copa?  En  la  trastienda  tengo
           ambas cosas.
               —No, gracias, no tengo tiempo. ¿Y el señor Barlow? —Está en Nueva York, en

           viaje de compras. No creo que llegue hasta el diez de octubre, por lo menos.
               —Tendrá que abrir sin él, entonces —dijo Parkins, mientras pensaba que, si los

           precios que había visto en el escaparate eran la tónica general, Straker no se iba a ver
           precisamente acosado por los clientes—. Por cierto, ¿cuál es el nombre de pila del
           señor Barlow?
               La sonrisa de Straker volvió a aparecer, dura como el acero. —¿Lo pregunta usted

           oficialmente? —Por curiosidad, nada más.
               —El nombre completo de mi socio es Kurt Barlow —explicó Straker—. Hemos

           trabajada juntos en Londres y Hamburgo. Esto —señaló alrededor— es nuestro retiro.
           Modesto,  pero  de  buen  gusto.  Lo  único  que  esperamos  es  ganarnos  la  vida,  pero
           como  a  los  dos  nos  gustan  las  cosas  antiguas,  las  cosas  hermosas,  esperamos

           conseguir una reputación en la zona... tal vez incluso en toda esta bellísima región de
           Nueva Inglaterra. ¿Piensa usted que eso sería posible, agente Gillespie?
               —Todo es posible, imagino —respondió Parkins mientras buscaba con la vista un

           cenicero. Al no encontrar ninguno, se echó la ceniza del cigarrillo en un bolsillo de la




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