Page 96 - El Misterio de Salem's Lot
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un estremecimiento, tan deprisa que estuvo a punto de derribar la silla.
               —Escuche, Larry, tengo que irme... Yo... yo no... Tengo que irme.
               —Llévate la botella —sugirió Larry, pero Hank se dirigía ya hacia la puerta, y no

           se detuvo.
               Larry volvió a sentarse. Se sirvió otro trago, sin que la mano le temblara todavía.
           No se dirigió a cerrar la tienda, sino que volvió a servirse whisky, una y otra vez.

           Pensaba en pactos con el diablo. Por último sonó el teléfono. Larry lo cogió.
               —Ya está arreglado —dijo.



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               Hank  Peters  despertó  a  las  primeras  horas  de  la  mañana  siguiente,  tras  haber
           soñado con enormes ratas que salían arrastrándose de una tumba abierta, una tumba

           que guardaba el cuerpo verde y putrefacto de Hubie Marsten, con un viejo trozo de
           cuerda  de  cáñamo  alrededor  del  cuello.  Peters  se  quedó  apoyado  en  los  codos,
           respirando con dificultad, con el torso desnudo bañado en sudor, y cuando su mujer le
           tocó el brazo lanzó un grito.




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               El Almacén Agrícola de Milt Crossen ocupaba la esquina de Jointner Avenue y

           Railroad Street, y la mayoría de los viejos chiflados del pueblo acudían allí cuando
           llovía y el parque resultaba impracticable. Durante los largos inviernos, no faltaban
           nunca.

               Cuando Straker llegó en su Packard de 1939 —¿o era de 1940?— no había más
           que  un  poco  de  niebla,  y  Milt  y  Pat  Middler  mantenían  en  ese  momento  una
           conversación sobre si Judy, la novia de Freddy Overlock, se había escapado en 1957

           o en 1958. Los dos estaban de acuerdo en que se había largado con aquel viajante de
           comercio que llegó a Yarmouth, y también coincidían en que él no valía un comino,
           ni ella tampoco, pero fuera de eso no podían ponerse de acuerdo.

               La conversación cesó en el momento en que entró Straker.
               El recién llegado miró a la concurrencia —Milt y Pat Middler, Joe Grane, Vinnie
           Upshaw y Clyde Corliss— y sonrió sin humor.

               —Buenas tardes, caballeros —saludó.
               Milt Crossen se levantó, envolviéndose casi púdicamente en su delantal.

               —¿Puedo servirle en algo?
               —Sí —respondió Straker—. Necesito carne, por favor.




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