Page 94 - El Misterio de Salem's Lot
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había más atrás podría ser un par de téjanos. Y eso otro parecía...
Algo crujió a sus espaldas.
Presa del pánico, Hank arrojó las llaves sobre la mesa y echó a correr torpemente
hacia fuera. Cuando pasó junto al cajón, vio qué había hecho el ruido. Una de las
bandas de aluminio se había soltado y ahora apuntaba hacia el techo, como si fuera
un dedo.
Subió a tropezones las escaleras, cerró de golpe las puertas a sus espaldas (aunque
no se dio cuenta hasta más tarde, se le había puesto la carne de gallina en todo el
cuerpo), trabó el candado en el cerrojo y corrió a la cabina del camión. Su respiración
era entrecortada y sibilante como la de un perro herido. Vagamente oyó que Royal le
preguntaba qué había sucedido, qué pasaba allí abajo, y entonces puso en marcha el
camión y partió a toda velocidad, haciendo rugir el motor al rodear la casa,
hundiéndose en la tierra blanda. No disminuyó la velocidad hasta que el camión
volvió a entrar en Brooks Road, rumbo a la oficina de Lawrence Crokett. Entonces
empezó a temblar incontroladamente.
—¿Qué había allá abajo? —preguntó Royal—. ¿Qué viste?
—Nada —respondió Hank Peters, y la palabra salió entrecortada por el
castañetear de sus dientes—. No vi nada ni quiero volver a verlo jamás.
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Larry Crockett estaba preparándose para cerrar la tienda y marcharse a casa
cuando Hank Peters volvió a entrar. Todavía parecía asustado.
—¿Olvidaste algo, Hank? —preguntó Larry.
Cuando los dos habían vuelto de la casa de los Marsten, con el aspecto de que
alguien les hubiera dado un golpe en la cabeza, Larry les dio diez dólares extra a cada
uno, y dos botellas de Etiqueta Negra, al mismo tiempo que les daba a entender que
tal vez sería mejor que no hablaran demasiado del trabajo de esa noche.
—Tengo que decírselo —dijo Hank—. No puedo más, Larry. Tengo que
decírselo.
—Adelante —le animó Larry. Abrió el cajón de debajo del escritorio para sacar
una botella de Johnnie Walker y sirvió una medida para cada uno en un par de vasos
—. ¿Qué le preocupa?
Hank bebió un sorbo e hizo una mueca.
—Cuando llevé esas llaves para dejarlas en la mesa de abajo, vi algo. Ropa,
parecía. Una camisa y tal vez unos pantalones. Y una zapatilla. Creo que era una
zapatilla, Larry.
Larry se encogió de hombros y sonrió.
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