Page 90 - El Misterio de Salem's Lot
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En el cajón había algo que no le gustaba, y era algo más que la falta de sellos de
           aduanas. Una cosa indefinible. Royal siguió mirando el cajón hasta que Hank bajó la
           puerta  rampa  de  atrás.  —Vamos  —dijo—.  Subamos  los  otros.  Los  demás  cajones

           tenían  los  sellos  normales  de  aduana,  salvo  los  tres  que  habían  sido  despachados
           desde el interior de Estados Unidos. Mientras iban cargándolos en el camión, Royal
           cotejaba cada cajón con lo especificado en el albarán, y lo firmaba con sus iniciales.

           Todos los cajones que iban a la tienda quedaron colocados cerca de la puerta trasera
           del  camión,  separados  del  armario.  —Pero  ¿quién  demonios  va  a  comprar  estas
           cosas?  —preguntó  Royal  una  vez  terminaron—.  Una  mecedora  polaca,  un  reloj

           alemán, una rueca irlandesa... Dios, imagino que todo esto vale una fortuna.
               —Los turistas lo comprarán —explicó Hank—. Los turistas compran cualquier
           cosa. Algunos de esos que vienen de Boston y Nueva York... se comprarían una bolsa

           de bosta de vaca, si la bolsa fuera vieja.
               —No  me  gusta  nada  ese  cajón  grande  —insistió  Royal—.  Ningún  sello  de

           aduanas,  eso  es  rarísimo.  —Bueno,  llevémoslo  a  donde  nos  dijeron.  Sin  hablar,
           volvieron a Salem's Lot. Hank no quitó el pie del acelerador; quería terminar con ese
           encargo. Había algo que le disgustaba. Como decía Royal, era muy raro.
               Se detuvo en la puerta del fondo de la nueva tienda y comprobó que no estaba

           cerrada con llave, como le había dicho Larry. Royal accionó el conmutador, pero la
           luz  no  se  encendió.  —  Estupendo  —gruñó  Royal—.  Tener  que  descargar  estas

           porquerías en completa oscuridad... Oye, ¿no sientes un olor raro aquí?
               Hank olfateó. Sí, había un tufo, un olor desagradable, pero no podría haber dicho
           con  exactitud  qué  era.  Seco  y  acre,  como  el  hedor  de  algo  que  hubiera  estado
           pudriéndose durante largo tiempo.

               —Es que ha estado demasiado tiempo cerrado —concluyó mientras pasaba el haz
           de su linterna por la larga habitación vacía—. Necesita ventilación.

               —Pues  yo  lo  quemaría  —declaró  Royal.  No  le  gustaba  aquello—.  Vamos,  y
           tratemos de no rompernos una pierna.
               Descargaron  los  cajones  con  la  mayor  rapidez  posible,  dejando  cada  uno
           cuidadosamente  en  el  suelo.  Una  hora  y  media  más  tarde,  Royal  cerraba  con  un

           suspiro de alivio la puerta del fondo, sin olvidarse de colocarle uno de los nuevos
           candados.

               —La primera parte está hecha —comentó.
               —La parte mas fácil —le recordó Hank, mirando hacia la casa de los Marsten,
           que se veía oscura y con los postigos cerrados—. No me gusta tener que ir allá» y no

           me da vergüenza decirlo. Si alguna vez ha habido una casa embrujada, es ésa. Esos
           tipos deben estar locos si piensan vivir ahí. En todo caso, son bichos raros.
               —Igual que todos los decoradores —completó Royal—. Probablemente quieren

           prepararla como lugar de exposición. Bueno, para una tienda.




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