Page 88 - El Misterio de Salem's Lot
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               Se cortó la comunicación.
               Faltaban dos minutos para las siete cuando el gran camión anaranjado y blanco

           con su distintivo de Henry's U-Haul, se detuvo ante la barraca al fondo de la aduana,
           en  los  muelles  de  Portland.  La  marea  estaba  cambiando,  y  eso  inquietaba  a  las
           gaviotas, que planeaban y graznaban contra el cielo carmesí del poniente.

               —Aquí no hay nadie —comentó Royal Snow mientras se terminaba su Pepsi, y
           dejó caer la lata vacía al suelo de la cabina—. Nos arrestarán por merodeadores.

               —Hay alguien —señaló Hank Peters—. De la poli.
               No era precisamente de la poli, sino un vigilante nocturno, que los enfocó con su
           linterna,
               —¿Alguno de ustedes es Lawrence Crockett?

               —Somos empleados suyos —aclaró Royal—. Venimos a buscar unos cajones.
               —Bueno —dijo el hombre—. Entrad en la oficina, que tengo que haceros firmar

           la factura. —Le hizo un gesto a Peters, que iba al volante—. Da marcha atrás hasta
           esa doble puerta que está un poco quemada, ¿la ves?
               —Aja. —Peters dio marcha atrás al camión.
               Royal Snow siguió al vigilante hasta la oficina, donde burbujeaba una cafetera. El

           reloj que había sobre el calendario señalaba las 19.04. El hombre rebuscó entre los
           papeles que había sobre el escritorio y le tendió un formulario.

               —Firma aquí.
               Royal lo hizo. —Id con cuidado al entrar. Encended las luces. Hay ratas. —Jamás
           he visto una rata que no huya ante esto —declaró Royal, mientras balanceaba el pie
           calzado con una pesada bota de trabajo.

               —Éstas son ratas de puerto —señaló secamente el otro—, y se han enfrentado a
           hombres más fuertes que tú.

               Royal volvió a salir y se dirigió hacia la puerta del almacén. El vigilante se quedó
           en la puerta de la barraca, siguiéndolo con la vista.
               —Cuidado —le indicó Royal a Peters—. El viejo dijo que había ratas.

               —Bueno. Si a él le asustan... —se burló Hank.
               Royal  encontró  el  conmutador  de  la  luz  al  lado  de  la  puerta.  En  la  atmósfera,
           pesada con los olores mezclados de la sal, la madera podrida y la humedad, había

           algo que quitaba las ganas de reírse. Eso, y la idea de las ratas.
               Los  cajones  estaban  apilados  en  medio  del  suelo  del  amplio  almacén.  Aparte
           ellos, el lugar estaba vacío y, por contraste, la colección parecía enorme. El aparador

           estaba en el centro; era más alto que los demás cajones, y el único que no llevaba la
           indicación «Barlow y Straker, 27 Jointner Avenue, Jer. Lot, Maine».
               —Bueno,  pues  no  parece  tan  mal  —comentó  Royal.  Consultó  su  copia  del



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