Page 85 - El Misterio de Salem's Lot
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32.000. ¡Baratísima!» O: «Para familia numerosa, granja con casa de diez
habitaciones, Burns Road.» Todo tenía el aspecto de una triste operación clandestina,
y lo había sido hasta 1957, cuando Larry Crockett, a quien en Jerusalem's Lot
consideraban apenas algo más que un inútil, decidió que el negocio del futuro eran
los remolques. En esos días, perdidos ya en la bruma del tiempo, la mayoría de la
gente pensaba en las caravanas, esas pintorescas cosas plateadas que uno enganchaba
a la parte posterior del coche cuando quería ir hasta el Parque Nacional de
Yellowstone a sacarles fotos a la mujer y los niños, de pie junto a Old Faithmul,
boquiabiertos ante el chorro intermitente del geiser. En esos días, perdidos ya en la
bruma del tiempo, casi nadie —ni siquiera los propios fabricantes de caravanas—
pudo prever que un día las pintorescas cosas plateadas se convertirían en «apaches»
que se enganchaban directamente a la camioneta Chevy, ni que podían venir
completas y motorizadas independientemente.
Larry, sin embargo, no tuvo necesidad de saber estas cosas. Su intuición le llevó
al ayuntamiento —por ese entonces aún no lo habían elegido corno funcionario
municipal; nadie habría votado por él ni siquiera para que se hiciera cargo de la
perrera— con el objeto de estudiar las leyes de urbanización de Jerusalem's Lot. Eran
muy satisfactorias. Mientras leía entre líneas, imaginaba miles de dólares. La ley
decía que no se podía mantener un vertedero, ni tener más de tres coches viejos
aparcados en un cercado sin permiso municipal, ni tener un inodoro químico —
eufemismo no demasiado exacto por letrina— si no estaba aprobado por la Oficina
Sanitaria Municipal. Y eso era todo.
Larry se hipotecó hasta el cuello, pidió además un préstamo y consiguió comprar
tres remolques. Nada de pintorescas cositas plateadas: largos monstruos
hipertrofiados, tapizados, revestidos en paneles de madera plástica y con los cuartos
de baño de fórmica. Para cada uno compró una parcela de cuarenta metros cuadrados
en el Bend, donde el terreno era barato, los instaló sobre precarios cimientos y se
puso a la tarea de venderlos. En tres meses lo había conseguido, tras superar cierta
resistencia inicial de la gente (que dudaba en vivir en una casa que se parecía a un
coche Pullman) y sus ganancias rondaban los diez mil dólares. El futuro había
llegado a Salem's Lot, y Larry Crockett estaba allí, listo para capitalizarlo.
El día que R. T. Straker apareció en su despacho, Crockett se cotizaba en casi dos
millones de dólares, como resultado de sus especulaciones inmobiliarias en pueblos
vecinos, pero no en Solar (no se caga donde se come, era el lema de Lawrence
Crockett), basadas en la convicción de que la industria de los hogares móviles
crecería como los hongos. Así fue, y el dinero comenzó a entrar a paladas.
En 1965, Larry Crockett se asoció silenciosamente con un contratista llamado
Romeo Poulin, que estaba construyendo un supermercado en Auburn. Poulin se las
sabía todas, y con su veteranía y el don para los números que tenía Larry, sacaron
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