Page 83 - El Misterio de Salem's Lot
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Grover
               Verrill con una risita. Susan tapó la cazuela, la puso en el horno y ambos salieron
           al porche del fondo a esperar que estuviera lista. El sol descendía, rojo e inflamado.

               —¿Algo nuevo?
               —No.  Nada.  —Ben  sacó  del  bolsillo  de  la  camisa  un  arrugado  paquete  de
           cigarrillos y encendió uno.

               —Hueles como si fueras un leñador —comentó Susan.
               —Vaya día hemos tenido. —Ben extendió el brazo para mostrarle las picaduras
           de insectos y los raspones a medio cicatrizar—. Entre los condenados mosquitos y los

           malditos arbustos espinosos me han destrozado los brazos.
               —¿Qué crees que puede haberle pasado, Ben?
               —Sabe Dios. —Ben exhaló una bocanada de humo—. Tal vez alguien sorprendió

           por detrás al muchacho mayor, y secuestró al pequeño.
               —¿Tú crees que está muerto?

               Ben la miró para ver si Susan esperaba una respuesta sincera, o simplemente una
           que dejara esperanzas. Le tomó la mano y entrelazó los dedos con los de ella.
               —Sí  —dijo—,  creo  que  el  niño  está  muerto.  Todavía  no  hay  pruebas
           concluyentes, pero es lo que creo.

               Ella sacudió la cabeza.
               —Ojalá te equivoques. Mamá y otras señoras estuvieron haciendo compañía a la

           señora
               Glick. Está como si hubiera perdido el juicio, y el marido también. Y el otro chico
           que no hace más que andar por ahí como un fantasma.
               —Humm  —gruñó  Ben,  mientras  miraba  hacia  la  casa  de  los  Marsten,  sin

           escuchar en realidad.
               Los postigos estaban cerrados; más tarde se abrirían. Al anochecer. Los postigos

           se abrirían por la noche. Ben sintió un mórbido escalofrío ante la idea.
               —... noche?
               —¿Cómo? Perdona. —Se volvió a mirar a Susan.
               —Te decía que a papá le gustaría que fueras mañana por la noche. ¿Podrás?

               —¿Estarás tú?
               —Claro que sí —afirmó Susan.

               —De acuerdo. Sí.
               Ben quería mirarla, encantadora como estaba a la luz crepuscular, pero sentía que
           la casa de los Marsten atraía sus ojos como un imán.

               —Te  atrae,  ¿verdad?  —preguntó  Susan,  y  el  hecho  de  que  le  hubiera  leído  el
           pensamiento, e incluso la metáfora, era casi pavoroso.
               —Sí.

               —Ben, ¿sobre qué es tu nuevo libro?




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