Page 108 - El Misterio de Salem's Lot
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había hecho Parkins Gillespie.
               Mientras él rumiaba estos pensamientos, se elevó la voz de Ann:
               —Qué terrible, lo del chico Glick.

               —¿Ralphie? Sí.
               —No, el mayor. Ha muerto.
               Ben dio un respingo.

               —¿Quién? ¿Daany?
               —Murió  ayer  a  primera  hora  de  la  mañana.  —Pareció  sorprendida  de  que  los
           hombres no lo supieran. Todo el mundo hablaba de eso.

               —Lo oí comentar en la tienda de Milt —dijo Susan. Su mano encontró la de Ben
           por debajo de la mesa, y él se la apretó cálidamente—. ¿Cómo han reaccionado los
           Glick?

               —Como lo hubiera hecho yo —respondió Ann—. Están medio enloquecidos.
               Y no es para menos, pensó Ben. Diez días atrás su vida se ajustaba al ordenado

           ciclo habitual; ahora la unidad de la familia estaba hecha pedazos. La idea le produjo
           un escalofrío.
               —¿Piensa usted que el otro niño aparecerá vivo? —preguntó Bill dirigiéndose a
           Ben.

               —No —respondió éste—. Creo que él también ha muerto.
               —Como lo sucedido en Houston hace dos años —recordó Susan—. Si es que está

           muerto,  casi  es  mejor  esperar  que  no  lo  encuentren.  Cómo  puede  alguien  hacerle
           semejante cosa a un chiquillo indefenso...
               —Creo  que  la  policía  está  investigando  —comentó  Ben—.  Detienen  a  los
           delincuentes sexuales conocidos para interrogarlos.

               —Cuando encuentren al tipo tendrían que colgarlo de los pulgares —opinó Bill
           —. ¿Badminton, Ben?

               Ben se puso de pie.
               —No, gracias. Tengo la sensación de que usted me ofrece jugar solitarios para
           entretenerme. Les agradezco la excelente comida, pero esta noche tengo trabajo.
               Ann Norton enarcó una ceja. Bill se levantó.

               —¿Qué tal va ese nuevo libro?
               —Bien —respondió Ben—. ¿Te gustaría bajar conmigo la colina para beber un

           refresco en el bar de Spencer, Susan?
               —Oh, no sé —terció Ann—. Después de Ralphie Glick y todo eso, estaré más
           tranquila si...

               —Ma,  ya  no  soy  una  niña  —protestó  Susan—.  Y  Brock  Hill  es  una  calle
           iluminada.
               —Yo la acompañaré de vuelta, por supuesto —dijo Ben, casi formalmente.

               Cuando salió de la pensión la tarde estaba tan hermosa que había dejado su coche




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