Page 109 - El Misterio de Salem's Lot
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para venir a pie.
               —Me parece bien —dijo Bill—. Te preocupas demasiado.
               —Sí, supongo que sí. Los jóvenes saben lo que hacen, ¿no es eso?—Sonrió.

               —Voy a ponerme un abrigo —murmuró Susan a Ben, y entró en la casa por la
           puerta trasera.
               Llevaba una falda plisada roja, a medio muslo, y cuando subió por los escalones

           de la entrada dejó ver una buena porción de muslo. Ben la miró, consciente de que a
           su  vez  Ann  le  miraba  a  él.  Su  marido  estaba  echando  agua  sobre  el  carbón,  para
           apagarlo.

               —¿Cuánto tiempo piensa usted quedarse en Solar, Ben? —preguntó Ann.
               —Por  lo  menos  hasta  que  haya  acabado  el  libro.  Después  de  eso,  no  sé.  Las
           mañanas son hermosísimas, y el aire muy puro. —Sonrió al mirarla a los ojos—. Tal

           vez me quede más tiempo.
               Ann también le sonrió.

               —Los inviernos son fríos, Ben. Muy fríos.
               Y  ahí  estaba  Susan,  bajando  por  los  escalones  con  una  chaqueta  sobre  los
           hombros.
               —¿Vamos? Me tomaré un chocolate. Peor para el cutis.

               —Tu cutis lo aguantará —sonrió Ben y se volvió hacia el matrimonio Norton—.
           Gracias de nuevo. —Hasta pronto —respondió Bill—. Si quiere venga mañana por la

           noche,  con  una  caja  de  seis  cervezas.  Nos  divertiremos  con  ese  condenado  de
           Yatstrzemski.
               —Muy bien —asintió Ben—, pero ¿qué beberemos cuando empiece el segundo
           tiempo?

               La risa de Bill, profunda y sonora, los siguió mientras daban la vuelta a la casa.



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               —En realidad no quiero ir al bar de Spencer —declaró Susan mientras descendían
           por la colina—. Vamos al parque.
               —¿Y  qué  hay  de  los  gamberros,  nena?  —preguntó  Ben,  en  una  deliberada

           exhibición de slang.
               —En Solar todos los gamberros tienen que estar en casa a las siete. Ordenanza
           municipal. Y ahora Son las ocho y tres.

               Mientras descendían por la colina, la oscuridad se cerró sobre ellos, y al andar
           veían cómo crecían y se achicaban sus sombras bajo las luces de la calle.
               —Unos gamberros muy gentiles. ¿No va nadie al parque cuando ha anochecido?

               —A veces los chicos del pueblo se van con algún ligue, si no tienen dinero para ir




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