Page 128 - El Misterio de Salem's Lot
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sostenida por el brazo protector de su madre, aferrada a su bolso negro como si fuera
           un salvavidas. Tony Glick estaba a cierta distancia de ella, con expresión aturdida y
           ausente. Varias veces durante el servicio religioso había mirado alrededor, como para

           asegurarse  de  que  estaba  entre  esas  personas.  Su  rostro  era  el  de  un  hombre
           convencido de que todo es un sueño.
               La Iglesia no puede detener ese sueño, pensaba Callahan. Ni toda la serenidad,

           tenacidad o buena suerte del mundo. La confusión ya había empezado. Roció con
           agua bendita el ataúd y la tumba, santificándolos para toda la eternidad. —Oremos —
           empezó, y las palabras surgieron melodiosamente de su garganta, como siempre, en

           el resplandor y la sombra, en la embriaguez o la sobriedad. Los deudos inclinaron la
           cabeza.
               »Señor Dios, por tu misericordia los que han vivido en la fe encuentran la paz

           eterna. Bendice esta tumba y envía a tu ángel a vigilarla. Recibe en tu presencia el
           cuerpo de Danny Glick que estamos sepultando y deja que con tus santos se regocije

           en  ti  para  siempre.  Te  lo  pedimos  por  Cristo  Nuestro  Señor.  Amén.  —  Amén
           murmuró la congregación.
               Tony Glick miraba alrededor con ojos muy abiertos, alucinados. Su mujer se llevó
           a la boca un pañuelo de papel.

               —Con  fe  en  Jesucristo,  traemos  reverentemente  el  cuerpo  de  este  niño  para
           enterrarlo  en  su  humana  imperfección.  Oremos  confiados  en  Dios,  que  da  vida  a

           todas las cosas, para queÉl eleve este cuerpo mortal a la perfección y la compañía de
           sus santos.
               Volvió las páginas del misal. Una mujer de la tercera fila de la herradura en torno
           de la tumba empezó a sollozar roncamente. En algún rincón del bosque gorjeaba un

           pájaro.
               —Oremos  a  Nuestro  Señor  Jesucristo  por  nuestro  hermano  Daniel  Glick  —

           prosiguió el padre Callahan — .Él nos dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que
           cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá
           eternamente.» Señor, Tú que lloraste a la muerte de Lázaro, tu amigo, consuélanos en
           nuestro dolor. En nuestra fe te lo pedimos.

               —Señor, escucha nuestra súplica — respondieron los católicos.
               —Tú que volviste al muerto a la vida, da a nuestro hermano Daniel la vida eterna.

           En nuestra fe te lo pedimos.
               —Señor, escucha nuestra súplica — respondieron las voces. En los ojos de Tony
           Glick empezaba a expresarse algo; una revelación, tal vez.

               —Nuestro  hermano  Daniel  fue  lavado  por  las  aguas  del  bautismo;  dale  la
           compañía de todos tus santos. En nuestra fe te lo pedimos.
               —Señor, escucha nuestra súplica. Marjorie Glick había empezado a mecerse atrás

           y adelante, gimiendo.




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