Page 129 - El Misterio de Salem's Lot
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—Consuélanos en nuestro dolor por la muerte de nuestro hermano; que nuestra fe
           sea nuestro consuelo y la vida eterna nuestra esperanza. En nuestra fe te lo pedimos.
               —Señor,  escucha  nuestra  súplica.  El  padre  Callahan  cerró  el  misal.  —Oremos

           como nos enseñó Nuestro Señor —dijo en voz baja—. Padre nuestro que estás en los
           cielos...
               —¿No!  —vociferó  Tony  Glick,  y  se  precipitó  hacia  adelante—.  ¡No  vais  a

           echarle tierra a mi hijo!
               Las manos que intentaron detenerlo llegaron tarde. Durante un momento, Tony se
           tambaleó al borde del sepulcro; después el césped artificial se deslizó y cedió, y el

           hombre cayó en la fosa y chocó contra el féretro de su hijo, con un golpe sordo.
               —Danny, ¡sal de ahí! —se desgañitó el padre.
               —Oh, Dios —susurró Mabel Werts.

               Mientras  se  apretaba  contra  los  labios  un  pañuelo  de  seda  negra,  sus  ojos,
           brillantes y

               ávidos, recogieron la escena como una ardilla recoge nueces para el invierno.
               —¡Maldita sea, Danny, acaba con esta tontería!
               El padre Callahan hizo un gesto a dos de los que habían llevado a pulso el ataúd;
           los hombres se adelantaron, pero hicieron falta tres más, entre ellos Parkins Gillespie

           y Nolly Gardener, para poder sacar de la fosa a Tony Glick, que pateaba, aullaba y
           vociferaba.

               —¡Danny, termina de una vez, que estás asustando a mamá! ¡Te voy a dar de
           azotes  por  lo  que  haces!  ¡Soltadme!  ¡Soltadme...  quiero  ver  a  mi  hijo!  ¡Soltadme,
           malditos... oh, Dios!
               —Padre  nuestro  que  estás  en  los  cielos  —volvió  a  empezar  Callahan,  y  otras

           voces se le unieron, elevando las palabras hacia el escudo indiferente del cielo.
               —... santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad...

               —Danny, ven aquí, ¿me oyes? ¿Me oyes?
               —„. así en la tierra corno en el cielo. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy, y
           perdónanos...
               —Daaannyy...

               —... nuestras deudas, así como nosotros perdonarnos a nuestros deudores...
               —No está muerto, no está muerto, ¡sobradme, hijos de puta!

               —... y no nos dejes caer en la tentación. Mas líbranos del mal. Amén.
               —No está muerto —sollozaba Tony Glick—. No puede ser.
               Si  no  tiene  más  de  doce  años.  —Y  empezó  a  llorar  copiosamente,  echándose

           hacia adelante a pesar de los hombres que lo sostenían, con la cara demudada y sucia
           de lágrimas. Cayó de rodillas a los pies de Callahan y le aferró los pantalones con las
           manos  llenas  de  tierra—.  Por  favor,  devuélvame  a  mi  hijo.  Por  favor,  no  siga

           burlándose de mí.




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