Page 132 - El Misterio de Salem's Lot
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Deja de mirarme, mierda.
Volvió a inclinarse, pero la sola idea de tener que levantar la pala lo agotó, y
descansó durante un minuto. Una vez había leído —en el National Enquirer, tal vez—
algo sobre un hacendado de Texas que había especificado en su testamento que quería
que lo enterraran en un Cadillac. Y lo hicieron, desde luego. Cavaron la fosa con una
excavadora y levantaron el coche con una grúa. Por todo el país hay gente que anda
por ahí en coches viejos pegados con saliva y atados con alambre de embalar, y uno
de esos cerdos ricos se hace enterrar sentado al volante de un coche de diez mil
dólares con todos los accesorios...
De pronto se estremeció y dio un paso atrás, sacudiendo la cabeza. Había estado a
punto de... bueno, de caer en un trance, o algo parecido. La sensación de estar
vigilado era ahora más intensa.
Miró el cielo y se alarmó al ver cómo había huido la luz. Solamente el piso alto
de la casa de los Marsten brillaba ahora a la luz del sol. Su reloj marcaba las seis
menos diez. Cristo, ¡había pasado una hora y no había echado más de media docena
de paladas de tierra!
Mike se dedicó a hacer su trabajo tratando de no pensar. Bump, bump, bump;
ahora el ruido de la tierra al caer sobre la madera se había amortiguado; la tapa del
ataúd estaba cubierta, y la tierra se desmoronaba y llegaba casi a la cerradura y el
pasador.
Echó dos paladas más y se detuvo.
¿Cerradura y pasador?
Pero ¿por qué, en nombre de Dios, se le ocurría a alguien poner una cerradura a
un ataúd? ¿Acaso pensaban que alguien iba a tratar de entrar? Eso tenía que ser. No
podían pensar que alguien tratara de salir...
—Deja de mirarme —dijo en voz alta y sintió que el corazón se había alojado en
su garganta.
Sintió un súbito impulso de huir de ese lugar, de salir corriendo por el camino
hasta llegar al pueblo. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlarse. No era más
que sus nervios de punta, nada más. Trabajando en un cementerio, ¿a quién no le
pasaba de cuando en cuando? Era como una maldita película de terror, eso de tener
que cubrir a ese chico, de doce años nada más, y con los ojos tan abiertos...
—Por favor, ¡basta! —gritó Mike.
Miró con desesperación hacia la casa de los Marsten. Ahora, sólo el techo recibía
la luz del sol. Eran las seis y cuarto.
Después empezó a trabajar de nuevo con más rapidez, inclinándose, levantando
las paladas e intentando mantener la mente en blanco. Pero la sensación de estar
vigilado parecía intensificarse, y cada palada de tierra le resultaba más pesada que la
anterior. La tapa de la caja ya estaba cubierta, pero se seguía distinguiendo la forma,
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