Page 135 - El Misterio de Salem's Lot
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Claro que había otro proverbio, también: Hombre prevenido vale por dos.
               A sus doce años, Mark Petrie era más menudo que lo habitual para su edad, y de
           aspecto un tanto delicado. Sin embargo, se movía con una gracia y una ligereza poco

           comunes en los muchachos de esa edad, que suelen parecer todo codos, rodillas y
           cardenales. De cutis blanco, casi lechoso, sus rasgos, que cuando fuera mayor serían
           considerados  aquilinos,  parecían  ahora  levemente  femeninos,  cosa  que  ya  le  había

           traído algunos inconvenientes antes del incidente con Richie Boddin en el colegio, de
           manera  que  había  decidido  encararlo  a  su  manera.  Empezó  por  un  análisis  del
           problema.  Decidió  que  la  mayoría  de  los  matones  eran  grandes,  feos  y  torpes.

           Asustaban a la gente porque podían hacerle daño. Y para eso, en la pelea eran sucios.
           De manera que si uno no tenía miedo de que le hicieran daño, y si estaba dispuesto a
           pelear  sucio,  podía  ganarle  a  un  matón.  Richard  Boddin  había  sido  la  primera

           confirmación  cabal  de  su  teoría.  En  la  pelea  del  colegio,  él  y  el  matón  habían
           empatado (lo que en cierto modo había sido una victoria; el matón, magullado pero

           no sometido, había proclamado a toda la comunidad escolar que él y Mark Petrie eran
           aliados.  Mark,  que  pensabaque  aquel  bravucón  era  un  idiota,  no  le  contradijo.  Él
           sabía ser discreto. Hablar con los bravucones no servía de nada. Al parecer, el único
           idioma  que  entendían  los  Richie  Boddin  de  este  mundo  eran  los  golpes,  y  Mark

           suponía que por eso el mundo había ido siempre tan mal. Ese día le habían mandado
           a su casa, y su padre se había enojado, hasta que Mark, resignado a recibir los rituales

           azotes con un periódico doblado, le dijo que, en el fondo, Hitler no había sido más
           que un Richie Boddin. Eso había hecho que su padre riera hasta desternillarse, y hasta
           su madre esbozó una risita. Y había evitado los azotes.
               —¿Tú  crees  que  le  ha  afectado,  Henry?  —preguntaba  en  ese  momento  June

           Petrie.
               —Es...  difícil  decirlo.  —Por  la  pausa,  Mark  supo  que  su  padre  estaba

           encendiendo la pipa—. Hay que ver la cara inexpresiva que tiene. —Sin embargo, las
           aguas quietas son profundas.
               Su madre siempre andaba diciendo cosas como las aguas quietas son profundas, o
           es el largo camino del que no se vuelve. Mark les quería mucho a los dos, pero a

           veces le parecían tan pesados como algunos libros de la biblioteca... e igualmente
           polvorientos.

               —Piensa  que  venía  a  ver  a  Mark  —continuó  ella—.  A  jugar  con  su  tren
           eléctrico... y ahora, ¡uno muerto y el otro desaparecido! No te engañes, Henry. El
           chico debe sentirse afectado. —Tiene los pies muy bien puestos en la tierra —insistió

           el señor Petrie—. Y estoy seguro de que, sienta lo que sienta, mantiene el dominio de
           sí.
               Mark encoló el brazo izquierdo del Frankenstein en el hueco del hombro. Era un

           modelo Aurora, con un tratamiento especial que le daba un resplandor verde en la




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