Page 137 - El Misterio de Salem's Lot
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sobre el alféizar de la ventana, para que se secara y endureciera. Dentro de quince
minutos, su madre le llamaría para decirle que tenía que acostarse. Sacó su pijama del
cajón superior de la cómoda y empezó a desvestirse.
En realidad, su madre se preocupaba sin necesidad por su equilibrio psíquico, en
modo alguno frágil. Tampoco había motivos especiales para que lo fuera; en casi
todos los aspectos, y pese a su constitución menuda y graciosa, Mark era un
muchacho típico. Su familia era de clase media alta y aún seguía ascendiendo; el
matrimonio de sus padres era sólido. Los dos se amaban con firmeza, aunque en
forma un tanto insípida. En la vida de Mark jamás había habido ningún trauma
importante. Las pocas peleas que había tenido en la escuela no le habían dejado
cicatrices. Se llevaba bien con sus compañeros, y en general tenía las mismas
aficiones que ellos.
Si algo hacía de él un ser aparte, era su reserva, un calmo autodominio que nadie
le había inculcado; aparentemente, Mark había nacido así. Cuando su perrito Chopper
fue atropellado por un coche, Mark insistió en ir con su madre al veterinario. Cuando
éste le dijo: «Tendremos que dormir a tu perro, hijo mío. ¿Comprendes por qué?»
Mark contestó: «No le van a hacer dormir. Lo van a matar con gas, ¿no es eso?» El
veterinario asintió. Mark le dijo que estaba bien, que lo hiciera, pero primero besó a
Chopper. Le había dolido, pero no había llorado, ni las lagrimas habían aflorado. Su
madre sí había llorado, pero tres días después, Chopper erapara ella parte de un
nebuloso pasado, cosa que nunca sería para Mark. Ése era el valor de no llorar. Llorar
era como desparramarlo todo por el suelo.
A Mark le había conmovido la desaparición de Ralphie Glick, y también la
muerte de Danny, pero no se había sentido asustado.
Había oído decir a un hombre en la tienda que tal vez Ralphie hubiera sido
atacado por un maníaco sexual. Mark sabía lo que era eso. Eran tipos que le hacían a
uno algo terrible, y después lo estrangulaban (en las historietas, el tipo a quien
estrangulaban siempre decía Aarrjj) y lo enterraban en un pozo de escombros o
debajo de las tablas de algún cobertizo abandonado. Si alguna vez un maníaco sexual
le ofrecía caramelos, Mark le daría una patada en los huevos y escaparía por piernas.
—¿Mark? —se oyó la voz de su madre, por la escalera.
—Soy yo —respondió, y volvió a sonreír.
—Cuando te laves, no te olvides de las orejas.
—Descuida.
Bajó a la sala para darles el beso de buenas noches, con sus movimientos leves y
graciosos, no sin echar un último vistazo a la mesa donde se desplegaban sus
monstruos: Drácula, con la boca abierta, mostrando los colmillos, amenazaba a una
muchacha tendida en el suelo, mientras el Médico Loco torturaba a una mujer en el
potro y Mr. Hyde se acercaba furtivamente a un anciano que regresaba a su casa.
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