Page 139 - El Misterio de Salem's Lot
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Randy, con los ojos rodeados de círculos oscuros, levantó las manos en un gesto
           de súplica.
               —¿Qué cono pasa aquí? —preguntó lentamente Roy.

               —Nada, Roy. Es que...
               —Le has pegado —la acusó él con una voz sin inflexión—. Como no se estaba
           quieto mientras lo cambiabas, le has pegado.

               —No —respondió ella—. Se volvió de repente y se golpeó la nariz, nada más.
               —Tendría que matarte a golpes —siseó Roy.
               —Roy, es sólo que se golpeó la nariz...

               Él se relajó de pronto.
               —¿Qué hay para comer?
               —Hamburguesas, pero se me han quemado —respondió Sandy.

               Se sacó el faldón de la blusa de los téjanos para secarle la nariz a Randy. Roy vio
           el michelín que se le estaba formando. No había adelgazado después de tener el bebé.

           No le importaba.
               —Hazlo callar.
               —Pero no...
               —¡Hazlo  callar!  —vociferó  Roy,  y  Randy,  que  para  entonces  ya  comenzaba  a

           callarse, volvió a estallar en llanto.
               —Le daré un biberón —dijo Sandy, y se levantó.

               —Y prepárame la cena. —Roy empezó a quitarse la chaqueta—. Dios, qué asco
           de casa.
               ¿Qué cono haces durante todo el día, te masturbas?
               —¡Roy! —protestó Sandy, escandalizada.

               Después dejó escapar una risita. Su frenético estallido de furia con el bebé que no
           se estaba quieto mientras ella le cambiaba los pañales empezaba a parecerle lejano,

           como  algo  sucedido  en  alguna  de  las  series  de  la  tarde,  en  Centro  Médico.  —
           Prepárame la comida y después limpia un poco esta pocilga.
               —Está bien. Sí, enseguida. —Sandy sacó un biberón de la nevera, puso a Randy
           en el parque y se lo dio. El niño empezó a chupar apáticamente, mientras sus ojos

           iban en pequeños círculos prisioneros del padre a la madre.
               —Roy.

               —¿Eh? ¿Qué hay?
               —Se acabó.
               —¿El qué?

               —Ya sabes. ¿Quieres? ¿Esta noche?
               —Sí, claro —respondió él—. Desde luego.
               Qué vida. Vaya vida de mierda, volvió a pensar.







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