Page 172 - El Misterio de Salem's Lot
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En  el  hospital  John  Hopkins,  David  Prine  observó  contracción  pupilar  en  algunos
           cadáveres hasta pasadas nueve horas.
               —Ahora se ha vuelto un erudito —gruñó Matt—. Hay que ver las notas que solía

           sacar en composición.
               —Es que a usted no le gustaba que escribiera sobre disecciones, viejo rezongón
           — contestó Jimmy con aire ausente, y sacó un martillito.

               Está bien, pensó Ben. No pierde sus modales de cabecera aunque el paciente sea,
           como diría Parkins, un cadáver. La risa volvió a agitarse en su interior.
               —¿Muerto? —preguntó Parkins, mientras echaba la ceniza en un florero vacío.

           Matt dio un respingo.
               —Vaya si lo está —respondió Jimmy.
               Se levantó, retiró la sábana hasta los pies y golpeó la rodilla derecha. Los dedos

           permanecieron inmóviles. Ben notó que Mike Ryerson tenía callosidades amarillentas
           en  la  planta  de  los  pies,  en  el  talón  y  en  el  empeine,  y  recordó  aquel  poema  de

           Wallace Stevens sobre la mujer muerta.
               —Que  esto  sea  el  final  de  la  apariencia  —citó  erróneamente—.  El  único
           emperador es el emperador de los helados.
               Matt le miró sobresaltado, y por un momento su dominio de sí pareció vacilar.

               —¿Qué es eso? —preguntó Parkins.
               —Un poema —explicó Matt—. Un fragmento de un poema sobre la muerte.

               —A mí me suena más a chiste —declaró Parkins, y otra vez volvió a echar la
           ceniza en el florero.



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               —¿Nos conocemos? —preguntó Jimmy a Ben.
               —Os  han  presentado,  pero  de  pasada  —explicó  Matt—.  Jimmy  Cody,  nuestro
           matasanos. Ben Mears, nuestro escriba.

               —Siempre ha tenido ese tipo de humor —apuntó Jimmy—. Fue así como hizo
           todo su dinero.
               Se estrecharon la mano por encima del cadáver.

               —Ayúdeme a darle la vuelta, señor Mears.
               Con  cierta  repugnancia,  Ben  colaboró  en  poner  el  cuerpo  boca  abajo.  Aún  no
           había  adquirido  el  rigor  mortis.  Jimmy  observó  la  espalda  y  después  le  bajó  los

           calzoncillos en las nalgas.
               —¿Para qué hace eso? —preguntó Parkins.
               —Estoy tratando de establecer la hora de la muerte por la lividez de la piel —

           explicó Jimmy—. Cuando se interrumpe el bombeo, la sangre tiende a buscar el nivel




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