Page 167 - El Misterio de Salem's Lot
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y malezas que ocultaba de la vista el arroyo de Taggart Stream.
               —De acuerdo con la leyenda, las marcas desaparecen —dijo Matt—. Cuando la
           víctima muere, las marcas desaparecen.

               —Sí, lo sé —asintió Ben, que lo recordaba por el Drácula de Stoker y por los
           filmes de la Hammer que hicieran famoso a Christopher Lee.
               —Tenemos que clavarle una estaca de fresno en el corazón.

               —Más vale que lo pienses dos veces —aconsejó Ben, y bebió un sorbo de café—.
           Me  gustaría  verte  explicándoselo  a  un  jurado.  Irías  a  la  cárcel  por  profanar  un
           cadáver, en el mejor de los casos. Y más probablemente al manicomio.

               —¿Piensas que estoy loco? —preguntó Matt.
               —No —respondió Ben.
               —¿Me crees lo de las marcas?

               —No lo sé. Imagino que tengo que creerte. ¿Por qué habrías de mentirme? No
           veo que ganaras nada mintiendo. Supongo que mentirías si lo hubieras matado tú.

               —Tal vez fue así, pues —aventuró Matt, observándolo.
               —Hay  tres  argumentos  en  contra  de  eso.  Primero,  el  móvil.  Perdóname,  Matt,
           pero eres demasiado viejo para que se pueda pensar en los móviles clásicos, como los
           celos  y  el  dinero.  Segundo,  ¿cómo  lo  hiciste?  Si  lo  envenenaste,  debió  tener  una

           muerte muy fácil. Su aspecto no puede ser más sereno, y eso elimina la mayoría de
           los venenos comunes.

               —¿Y el tercero?
               —Ningún  asesino  en  sus  cabales  inventaría  una  historia  como  la  tuya  para
           encubrir el asesinato. Sería una locura.
               —Y volvemos a mi salud mental —suspiró Matt—. Como me lo esperaba.

               —Yo no creo que estés loco —declaró Ben—. Me pareces bastante racional.
               —Pero tú no eres médico, ¿no? Y a veces los locos pueden imitar increíblemente

           bien la cordura.
               Ben asintió.
               —Y eso, ¿adonde nos lleva?
               —Al punto de partida.

               —No.  Ninguno  de  nosotros  puede  decir  eso,  porque  arriba  hay  un  muerto  y
           pronto  habrá  que  explicarlo.  La  policía  querrá  saber  lo  que  sucedió,  y  el  médico

           forense  también,  y  lo  mismo  el  sheriff  del  condado.  Matt,  ¿no  tendría  alguna
           enfermedad vírica y vino a morir en tu casa?
               Por primera vez desde que habían vuelto abajo, Matt dio signos de agitación.

               —Ben, ya te he contado lo que dijo. ¡Le vi las marcas en el cuello! ¡Y oí que
           invitaba a alguien a entrar en mi casa! Después oí... ¡Dios, oí esa risa! —Sus ojos
           habían vuelto a adquirir una peculiar mirada inexpresiva.

               —Está bien.




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