Page 166 - El Misterio de Salem's Lot
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—La  ventana  está  abierta  —señaló  Matt—.  Estaba  cerrada  y  con  cerrojo.  Lo
           comprobé yo mismo. Los ojos de Ben se detuvieron en el dobladillo de la sábana que
           cubría a Mike. Allí se veía una minúscula gota de sangre, seca y ennegrecida.

               —No creo que respire —dijo Matt.
               Ben se adelantó dos pasos y se detuvo.
               —¿Mike? Mike Ryerson. ¡Despierte, Mike!

               No hubo respuesta. Tenía el pelo revuelto sobre la frente, y Ben pensó que en esa
           pálida luz parecía más que un hombre apuesto; era tan bello como una estatua griega.
           Un leve color florecía en sus mejillas, y el cuerpo no tenía la mortal palidez que había

           mencionado Matt, sino el tono de una piel sana.
               —Claro que respira —dijo con cierta impaciencia—. No está más que dormido.
           Mike. — Tendió la mano para sacudirle suavemente.

               El brazo izquierdo de Mike, que descansaba sobre el pecho, cayó inerte por el
           lado de la cama y los nudillos golpearon contra el suelo, como los de alguien que

           llama para entrar.
               Matt dio un paso adelante y levantó el brazo inmóvil, oprimiéndole la muñeca
           con el índice.
               —No tiene pulso.

               Empezó a soltarlo, recordó el ruido estremecedor que habían hecho los nudillos y
           volvió a dejar el brazo sobre el pecho de Ryerson. Cuando empezó a deslizarse, lo

           devolvió a su lugar con más firmeza, haciendo una mueca.
               Ben no podía creerlo. Estaba dormido, tenía que estar dormido. El buen color, la
           relajación evidente de los músculos, los labios entreabiertos como para respirar... le
           asaltó  una  oleada  de  irrealidad.  Apoyó  la  muñeca  contra  el  hombro  de  Ryerson  y

           comprobó que la piel estaba fría.
               Se humedeció un dedo y lo puso frente a los labios entreabiertos. Nada. Ni un

           soplo de hálito.
               Ben y Matt se miraron.
               Ben tomó con ambas manos la mandíbula de Ryerson y la hizo girar hasta apoyar
           la  mejilla  sobre  la  almohada.  El  movimiento  desplazó  el  brazo  izquierdo,  y  los

           nudillos volvieron a dar contra el suelo.
               En el cuello de Mike Ryerson no había marca alguna.




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               Estaban otra vez sentados ante la mesa de la cocina. Eran las 5.35. Se oyeron los
           mugidos de las vacas de Griffen, a las que acababan de soltar para que bajaran al

           campo de pastoreo del este, al pie de la colina, del otro lado del cinturón de arbustos




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