Page 165 - El Misterio de Salem's Lot
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este  la  aurora  coloreaba  de  rosa  el  cielo.  El  tubo  fluorescente  del  techo  había
           palidecido.
               —Creo que lo mejor será que vayamos a tu cuarto de huéspedes. Creo que eso es

           todo, por el momento.
               —Ahora, con la luz que entra por la ventana, todo parece la pesadilla de un loco.
           —Matt  emitió  una  risa  temblorosa—,  y  espero  que  lo  sea.  Espero  que  Mike  esté

           durmiendo como un niño.
               —Bueno, vamos a ver.
               Matt dominó el temblor de los labios.

               —De  acuerdo.  —Sus  ojos  se  posaron  en  la  mesa  y  después  miraron
           interrogativamente a Ben.
               —Por supuesto —dijo éste, y le deslizó al cuello el crucifijo.

               —Realmente me hace sentir mejor —sonrió Matt, avergonzado.
               —¿No quieres el arma?

               —No, creo que no.
               Cuando subieron las escaleras, Ben abría la marcha. En el piso superior había un
           corto pasillo que se abría hacia ambos lados. En un extremo, la puerta del dormitorio
           de Matt seguía abierta, y por ella el pálido haz de luz de la lámpara se derramaba

           sobre el pasillo anaranjado.
               —Hacia el otro lado —dijo Matt.

               Ben recorrió el pasillo y se detuvo ante la puerta del cuarto de huéspedes. Aunque
           no creyera la monstruosidad implícita en el relato de Matt, se sintió sumergido por
           una oleada del terror más negro que hubiera sentido en su vida.
               Ahora  abres  la  puerta  y  estará  colgado  de  la  viga,  con  la  cara  hinchada,

           deformada  y  negra,  y  luego  los  ojos  se  abrirán  y  aunque  estén  saliéndose  de  las
           órbitas, son ojos que te verán y se alegrarán de que hayas venido...

               El recuerdo le invadió con una realidad casi sensible, y en el momento en que se
           hizo  más  intenso  le  dejó  paralizado.  Hasta  podía  oler  el  yeso  húmedo  y  el  hedor
           salvaje de las alimañas. Le pareció que la simple puerta de madera barnizada de la
           habitación de huéspedes de Matt Burke se erguía entre él y todos los secretos del

           infierno.
               Después  hizo  girar  el  picaporte  y  la  abrió.  A  sus  espaldas,  Matt  aferraba  el

           crucifijo de Eva.
               El cuarto de huéspedes daba hacia el este, y el arco del sol acababa de asomar por
           el horizonte. La diafanidad de los primeros rayos se volcaba por la ventana, y unas

           pocas motas doradas danzaban en el haz que iba a terminar sobre la sábana de hilo
           blanco que cubría a Mike Ryerson hasta el pecho.
               Ben miró a Matt con gesto tranquilizador.

               —Está perfectamente —susurró—. Durmiendo.




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